miércoles, 16 de enero de 2008

Permite la Iglesia la Cremación.

Respuesta:

Estimado Herman@

La cremación o incineración consiste en reducir, mediante el fuego, el cadáver a cenizas. El Código de Derecho Canónico, en el canon 1176, establece lo siguiente sobre la sepultura de los muertos: '1. A los fieles difuntos se les han de dar exequias eclesiásticas, a tenor del derecho. 2. Las exequias eclesiásticas, mediante las cuales la Iglesia impetra para los difuntos la ayuda espiritual y honra sus cuerpos a la vez que proporciona a los vivos el consuelo de la esperanza, se deben celebrar a tenor de las leyes litúrgicas. 3. La Iglesia recomienda encarecidamente que se conserve la piadosa costumbre de sepultar los cuerpos de los difuntos; sin embargo, no prohibe la cremación, a menos que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana'.

El cadáver, una vez privado del elemento espiritual que sustancialmente le daba forma, no puede considerarse ya una persona esencialmente inviolable en sus atributos, por lo que ningún motivo de carácter intrínseco podría evitar su incineración. Puede, pues, afirmarse que la cremación de suyo no es contraria a ningún precepto, ni de ley natural ni de ley divina positiva. En algunos casos, incluso, puede ser el modo conveniente de proceder (por ejemplo, en casos de epidemias, grandes mortandades, catástrofes, etc.). Sin embargo, se convierte en algo ilícito cuando es realizada como una afirmación de ateísmo, o como una forma de manifestar que no se cree en la inmortalidad del alma o en la resurrección de la carne. En estos casos, se hace ilícita por ser el modo de profesar públicamente una doctrina errónea y herética.

La Cremación? No es para Católicos

La cremación? No es para católicos
por el Rvdo. Padre Benedict Hughes, CMRI


La historia del entierro frente a la cremación
Aunque los dos métodos de eliminación de los muertos se encontraban entre los pueblos primitivos, el entierro prevaleció en la mayoría de las culturas antiguas. Al menos en práctica, la cremación era desconocida para los egipcios, fenicios, cartagineses, persas, chinos, los habitantes del Asia Menor y hasta a los primeros griegos y romanos. «Los Babilonios — según Heródoto — embalsamaban a sus muertos, y los persas castigaban con la muerte tales cosas como el intento de cremación, siguiéndose reglamentos especiales en la purificación del fuego profanado» (Devlin, p. 481).

La práctica del entierro en el Pueblo Escogido. En particular, los judíos utilizaban exclusivamente la inhumación, tolerándose algunas excepciones durante tiempos de pestilencia o guerra (cf. I Reyes, 31:12). Los incidentes de entierro y de respeto por los restos mortales son frecuentes por todo el Antiguo Testamento. Por ejemplo, el libro del Génesis menciona los sepelios de Sara, Abrahán y Raquel; sin embargo, es de particular interés la historia de los últimos días de Jacob. Consciente de su final próximo, llamó Jacob a José su hijo para que estuviera a su lado; le manifestó su deseo de ser enterrado con sus antepasados, en la cueva que Abrahán había comprado, y le pidió que le jurara cumplir su deseo. Después de su muerte, José mandó embalsamar a su padre, y luego buscó el permiso del Faraón para llevar el cuerpo a la tierra de Canaán y enterrarlo. Una gran caravana compuesta de familiares, viajando en cuádrigas, escoltaron el cuerpo al lugar de entierro (cf. Génesis, 47-50).

La muerte de José es aún más interesante, ya que poco antes de morir hizo que los jefes de las tribus le juraran que transportarían sus huesos de regreso a la tierra prometida cuando fuesen liberados de Egipto: promesa que sus descendientes cumplieron varios siglos después.

El entierro del profeta Eliseo, quien, según el Cuarto Libro de Reyes, obró numerosos milagros, es aún más sorprendente. Un año después de morir, el cuerpo de un hombre que había muerto fue enterrado en el sepulcro de Eliseo, «y al punto que tocó los huesos de Eliseo, el muerto resucitó y se puso en pie» (4 Reyes, 13:21).

La historia de Tobías. También hay una historia en el Antiguo Testamento que me gustaría narrar brevemente. Es la historia de un hombre santo llamado Tobías, relatada en el libro bíblico que lleva su nombre. Durante el Cautiverio Asirio, Tobías sepultaba secretamente los cadáveres de sus compatriotas, algo que sus captores paganos habían prohibido so pena de muerte. Y aunque Dios probó la fidelidad de Tobías (perdiendo éste la vista), como lo había hecho con Job, al final fue recompensado de manera extraordinaria por su caridad: el Arcángel Rafael se le apareció bajo la guisa de hombre a fin de guiarlo en un largo viaje, protegerlo de toda desgracia, encontrarle una esposa y librarla a ésta del demonio, recuperarle una deuda y, por último, regresarlo sano y salvo a su padre, quien a su vez le restauró la vista. Asombrados por su fortuna, Tobías y su padre le ofrecieron a su bienhechor la mitad de sus riquezas, no sabiendo aún que era ángel. San Rafael se reveló a sí mismo, diciendo: «Cuando tú orabas con lágrimas, y enterrabas a los muertos, y te levantabas de la mesa a medio comer, y escondías de día los cadáveres en tu casa, y los enterrabas de noche, yo presentaba al Señor tus oraciones» (Tobías, 12:12). Esta obra corporal de misericordia — de proveer entierros convenientes a costa de la vida — es lo que le trajo a Tobías y a su familia tales favores.

La práctica de los romanos. Desde la fundación de su ciudad hasta alrededor del año 100 a.C, los romanos practicaron exclusivamente la inhumación. Luego comenzaron a utilizar la cremación, especialmente para prevenir que sus enemigos exhumaran a los soldados muertos y profanaran sus cuerpos. La cremación, sin embargo, estaba reservada para los romanos más ricos; el pueblo pobre continuó con el sepelio, ya que no podían adquirir las piras funerarias. Después del año 63 a.C., se fundaron colonias judías en Roma, y a estos judíos se les permitió tener sus propios cementerios. Eventualmente llegaron también allí los cristianos, y, después que Nerón comenzó a perseguirlos en el 64 d.C., empezaron a excavar fascinantes laberintos subterráneos conocidos como catacumbas. Existen 60 catacumbas en las proximidades de Roma y muchas de ellas tienen hasta tres o cuatro niveles de profundidad. (Aunque las catacumbas romanas son las más conocidas, también hay en Nápoles y Milán, y en partes de Francia, Grecia, Iliria, áfrica y Asia Menor). Si se conectaran una con otra, las asombrosas catacumbas romanas se extenderían por cientos de kilómetros, una hazaña de una magnitud increíble, especialmente dados los tiempos de persecución. Aun cuando las catacumbas sirvieron como lugares de escondite y para el culto cristiano, su principal uso era como cementerio para salvaguardar las tumbas cristianas contra la profanación, especialmente desde que los cadáveres de cristianos fueran algunas veces quemados en burla de su creencia en la vida futura.

Con la conversión de Constantino en el siglo cuarto, cesaron las persecuciones. Gradualmente, conforme el cristianismo se expandía por el imperio, se descontinuaron las prácticas paganas de la cremación, y cesó totalmente hacia el siglo quinto de ser una forma aceptable para la eliminación de los cadáveres. Desde entonces la cremación no existió en occidente hasta el siglo XIX, cuando los librepensadores revivieron la práctica para atacar al cristianismo.

La oposición cristiana a la cremación
La oposición de los cristianos primitivos a la cremación fue inspirada por motivos religiosos, ya que la destrucción del cuerpo con fuego simbolizaba la aniquilación y la concepción materialista de que la muerte es el fin absoluto de la vida humana. En verdad, sus perseguidores paganos quemaban frecuentemente los cadáveres de mártires cristianos para burlarse de su creencia en la resurrección del cuerpo.

El cuerpo es templo del Espíritu Santo. Además, los cristianos primitivos comprendían la dignidad del cuerpo humano, y su destrucción por medio del fuego les parecía una seria falta de reverencia a lo que había sido templo del Espíritu Santo. Ungido en el Bautismo, la Confirmación y la Extremaunción, y alimentado con el alimento divino de la Sagrada Eucaristía, nuestro cuerpo queda santificado. San Pablo declara: «¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros...? Glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo...» (I Co. 6:19-20).

Huelga decir que la destrucción por fuego no impide que Dios, en el día de la resurrección, reúna los elementos que hayan constituído un particular cuerpo humano. Sin embargo, este hecho no excusa una falta de respeto hacia los cuerpos de los difuntos. San Pablo compara el entierro del cristiano con la siembra: «Lo que se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción; lo que se siembra en deshonra, resucitará en gloria; lo que se siembra en debilidad, resucitará en poder; lo que se siembra en cuerpo animal, resucitará en cuerpo espiritual» (I Co. 15:42-44). Cristo resucitó, ciertamente, de entre los muertos después de su entierro, «y ha venido a ser como las primicias de los que durmieron» (I Co. 15:20).

La palabra cementerio. La misma palabra «cementerio» es de origen cristiano, tomada del griego koimeterion, que significa dormitorio. Nuestro uso de esta palabra, entonces, indica la fe que tenemos en la resurrección del cuerpo, el cual duerme en el cementerio hasta aquel triunfo final. Los fieles de varios países tienen otros términos para cementerio; por ejemplo, en Inglaterra, en tiempos de catolicismo, se llamaba «el acre de Dios» [acre: medida inglesa de superficie. N. del T.]; mientras que en Italia al cementerio se le llama «campo santo». Estos términos expresan esa verdad de nuestra fe tan bien parafraseada por San Agustín: «La muerte no es muerte para nosotros, sino sólo un sueño; a los que llamamos muertos, guardan vigilia hasta su resurrección».

La tradición católica
En los escritos de los Padres de la Iglesia, encontramos referencias de los entierros como expresión de nuestra fe. Hasta Juliano el Apóstata

«... observando cómo consideraban los cristianos el entierro de los muertos una obra corporal de misericordia, ...identificó el cuidado religioso de sus muertos como uno de los medios por los cuales obtenían tantos conversos; y, por tanto, como una de las primeras cosas a suprimirse si se iba a erradicar el cristianismo» (Rumble, p. 7).

¿No alabó Nuestro Señor la buena obra de María, quien ungió su cabeza y pies, al decir «esto lo ha hecho para mi entierro»? Además, como dice San Agustín en La Ciudad de Dios, el evangelio ha coronado con eterna alabanza a los que bajaron el cuerpo de Jesús de la Cruz y diéronle honroso entierro. ¿Y qué de las bendiciones otorgadas a las mujeres santas que fueron temprano el día primero de la semana para ungir el cuerpo de Nuestro Señor?

Suelo consagrado. La reverencia debida al cuerpo de los difuntos también se evidencía en el ritual de la Iglesia para la dedicación de un cementerio, ceremonia llevada a cabo por el Obispo o su delegado. La elaborada ceremonia consiste de oraciones y cantos, durante la cual se rocía el suelo con agua bendita, santificándolo como digno lugar de descanso para los cuerpos de los fieles. El suelo consagrado se localiza normalmente cerca de la iglesia, indicando el respeto que se le merece. Además, la ley eclesiástica ordena que se coloque una barda o barrera alrededor del cemeterio, segregándolo del suelo no consagrado y para mantener a los animales fuera, no sea que se profane la santidad del cemeterio.

Los fieles siempre han deseado ser enterrados en suelo bendecido por un sacerdote católico. El serle negado un entierro católico o ser enterrado en suelo no consagrado es considerado una de las mayores desgracias que le puede acaecer a uno. Es por eso que el sacerdote, cuando lleva a cabo un entierro en un cementerio no católico, siempre bendice la tumba individual como parte de la ceremonia.

Resurgimiento del paganismo
Como ya se dijo, la práctica de la cremación no fue revivida sino hasta el siglo XIX. Veamos cuáles fueron las fuerzas que ocasionaron este cambio:

La edad de la razón. Los filósofos librepensadores del siglo XVII inauguraron un movimiento que llegó a conocerse como la «Edad de la Razón», pero que de hecho no fue sino el renacimiento del paganismo. El camino fue allanado por los filósofos ingleses como Hobbes (fallecido en 1679) y Locke (m. 1704) y por la inauguración de la Francmasonería en Londres en 1717. Voltaire, filósofo francés, viajó a Londres para iniciarse como francmasón en 1726 y, junto con Rousseau y Diderot, promovió la causa del liberalismo secular en Francia, atacanado violentamente a la Iglesia y sus costumbres. ésto dio fruto en la Declaración de los Derechos del Hombre, promulgada durante la Revolución francesa. Como resultado, se confiscaron y profanaron iglesias, se suprimieron órdenes religiosas, y el sacrificio de la Misa fue sustituída por el culto de la «razón».

De este movimiento surgió el Gobierno Republicano ateo de Francia, que, en 1797, propuso el renacimiento de la cremación como substituto del sepelio cristiano. Y aunque hubieron incidentes aislados de su uso, sin embargo, el movimiento no sería popular por más de 75 años. Las costumbres no cambian fácilmente, pero ya había nacido un movimiento. Se formaron sociedades para fomentar la cremación de tal manera que se impresionara a la gente con la idea de que todo se acaba con la muerte. La cremación se consideraba un símbolo apto para el concepto naturalista de la aniquilación.

El movimiento crematorio. Para justificar el movimiento crematorio, fueron utilizados varios subterfugios: a la gente se le dijo que sería más sanitario, y que el entierro podía causar contaminación de suelo, aire y agua, afirmaciones que han sido probadas equivocadas. El verdadero motivo detrás del movimiento, sin embargo, puede verse en una cita tomada de una publicación masónica:

«Los hermanos de las logias deberán emplear todos los medios posibles para esparcir la práctica de la cremación. La Iglesia, al prohibir la incineración de los cuerpos está... meramente buscando preservar entre la gente las antiguas creencias de la inmortalidad del alma y de una vida futura: creencias hoy derribadas por la luz de la ciencia» (citado por M.A. Faucieux en Revue des Sciences Ecclesiastiques, 1886).

El primer crematorio de tiempos modernos se construyó en Milán (Italia) en 1874. Al lector puede que le sorprenda el hecho de que un país católico fuera el primero en tener un crematorio. No obstante, un conocimiento de la historia moderna de Italia nos provee fácilmente de la respuesta. En 1870 Mazzini y Garibaldi, ambos masones del Gran Oriente, tuvieron éxito en la captura de Roma y redujeron al papa Pío IX a prisionero en el Vaticano. Con ello se estableció un gobierno profundamente anticatólico en Italia. Después de la construcción del primer crematorio, se establecieron otros por toda Europa y América.

Las leyes de la Iglesia
La autoridad de la Santa Madre Iglesia no tardó en responder al movimiento crematorio. El 19 de mayo de 1886, la Santa Sede expidió una fuerte condenación a todo intento por revivir la práctica pagana de la cremación. El decreto prohibía estrictamente a los católicos dar instrucciones para la cremación de sus propios cuerpos o los de otros. Además, se les ordenó a obispos y sacerdotes instruir a los fieles que la cremación es un abuso detestable, y a alentar a los católicos a abstenerse de ella.

Canon 1203: Los cuerpos de los fieles han de ser enterrados, y la cremación está condenada. Si alguno ha ordenado en manera alguna cremar su cuerpo, será ilícito ejecutar su deseo; y si esta orden ha sido adjuntada a un contrato, a un último testamento o a cualquier otro documento, debe considerarse como inexistente.

Canon 1240: Las siguientes personas quedan privadas de un entierro eclesiástico, a menos que antes de morir hayan dado señales de arrepentimiento: ... (5) las personas que han dado instrucciones para la cremación de sus cuerpos...


El 16 de diciembre del mismo año, la Santa Sede promulgó otro decreto que es todavía más enfático. Ordena que cualquier católico que haya sido cremado como efecto de su propia voluntad, previamente expresada, han de reshusársele los ritos de un entierro cristiano.

Finalmente, el 27 de julio de 1892, se volvió a emitir otro decreto, el cual prohibía a los sacerdotes administrar los últimos sacramentos a quien haya hecho arreglos para cremar su cuerpo, a menos que se arrepintiera de su desafío a las leyes de la Iglesia y haya cancelado tales arreglos. El Código de Derecho Canónico (de 1917) expresa estos decretos en los cánones 1203 y 1240 (véase el cuadro de la derecha).

Preocupaciones modernas
Aunque la Iglesia repetidas veces condenó la incineración, ello no descarriló el movimiento crematorio. Al contrario, se ha esparcido hasta el punto de que su práctica es muy común en nuestros tiempos. En una consulta reciente, un director de funerales le dijo al autor que en su funeraria hay tantas cremaciones como entierros.

Razones para la cremación. ¿Por qué tanta gente opta por la cremación, una práctica tan contraria a nuestra naturaleza humana? Ciertamente, una de las razones son los gastos. Una pequeña indagación hecha en una casa funeraria local proporcionó la siguiente información: un funeral normalmente cuesta $3,000 [dólares], mientras que la cremación tan sólo cuesta $865 [dólares]. ¡Qué diferencia! Además, mucha gente no se molesta en comprar una parcela y vigilar que se conserve. Sin duda, la culpa también la tiene nuestra falta de caridad por el difunto en nuestra época materialista. Uno se maravilla de la belleza de tantos cementerios en países europeos, donde la cultura católica ha inspirado a las generaciones futuras a cuidar por las tumbas de sus antepasados. Hoy muchos no quieren molestarse con dicha tarea. (Para contrarrestar algunos de los argumentos suscitados en tiempos modernos, la Santa Sede emitió otro decreto en 1926).

La cremación no es intrínsecamente mala. Es importante que los católicos entiendan que la cremación no es intrínsecamente mala, y por tanto puede ser tolerada por la autoridad eclesiástica por razones graves. Por el contrario, la Iglesia la condena por causa de su simbolismo y porque fue promovida por los enemigos de la fe con el propósito de expresar y avanzar la creencia materialista en la aniquilación. Además, el entierro conviene más a la dignidad del cuerpo y está en armonía con el amor y respeto por nuestros amigos y parientes fallecidos.

En la Iglesia posconciliar. Hoy la preponderancia de la cremación casi no estaría tan pronunciada si no fura por el Concilio Vaticano II. De hecho, la moderna Iglesia posconciliar, en su Código de Derecho Canónico de 1983, permite específicamente la cremación («a menos que haya sido escogida por razones que son contrarias a la enseñanza cristiana» canon 1176, §3). Consecuentemente, su práctica no está ya prohibida a los miembros de la Iglesia posconciliar. Este hecho es sólo una prueba más de que la Iglesia moderna no es de Dios, no es católica.

Conclusión
Los católicos han valorado por mucho tiempo los ritos del entierro cristiano; podríamos decir que esta apreciación es parte del Sensus Catholicus, y es algo que asimilamos a través de una vida devota de nuestra fe. Como yo soy misionero, frecuentemente los fieles me preguntan si un sacerdote estará allí con ellos cuando mueran, es decir, si tendrán un funeral católico. Y las mismas veces me sorprendo al ver el alivio que sienten cuando les aseguro que les proveeremos de un sacerdote para su funeral y, si es posible, estar ahí en sus últimos momentos.

No olvidemos también que un funeral católico es una gran bendición para los fieles que permanecen atrás. La hermosa Misa de Difuntos; la bendición y la insensación del ataúd; las maravillosas melodías gregorianas del Subvenite, el Libera Me, y el In Paradisum; y las oraciones finales en el lugar de entierro: todas estas cosas son una gran bendición y consolación para los fieles que las atestiguan. No sólo nos recuerdan de las grandes verdades de la eternidad, sino que demuestra el amor materno de la Iglesia, la cual cuida de sus hijos desde nuestro nacimiento hasta la tumba.

En tanto que poseemos muchos beneficios como miembros de la Iglesia católica, el Cuerpo Místico de Cristo, ciertamente uno de los mayores es el entierro cristiano, pues estamos junto con nuestros semejantes en oración por el reposo de nuestra alma y del sacerdote, el representante de Cristo, quien bendice nuestros restos mortales antes de ser bajados a la tierra para allí pagar nuestra deuda común por el pecado de Adán («Recuerda hombre que polvo eres y al polvo regresarás»), y para esperar el glorioso día de la resurrección, cuando nuestros cuerpos mortales, ahora glorificados, se reúnan con nuestras almas, para nunca más separarse. Estas son las verdades que vienen a la mente cuando atestiguamos un entierro católico.