miércoles, 3 de junio de 2009

Celia Guerin, Madre de Santa Teresita

Celia Guerin, Madre de Santa Teresita

Cartas a mi Familia
Ed. Monte Carmelo
Tenemos aquí una documentación de primer orden acerca de los catorce años más significati­vos de la historia del hogar en que nació Santa Teresita. Son las cartas que su mamá, Celia Guerin, va escribiendo a su hermano de Lisieux, a sus hijas internas, etc., entre el 1 de enero de 1863 y el 16 de agosto de 1877, a tan sólo 12 días de su muerte.
Es el retrato pintado en filigrana de una mujer normal y corriente que supo encontrar en su vocación de esposa y de madre la palanca para elevarse a una verdadera santidad.
La imagen, en fin, de una familia cuyo ejemplo puede muy bien estimular a esos "grandes aventureros de los tiem­pos modernos" que son los padres. Unas espaldas sobre las que cargamos esa inmensa responsabilidad de ejercer la más difícil de todas las artes: educar a unos hijos.
Ofrecemos en nuestra Web algunas de estas cartas. El libro pueden adquirirlo en la editorial Monte Carmelo
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"Ponerlo todo en las manos de Dios"
A su cuñada
28 de febrero de 1869
¡Estoy enfadada contigo! Has comprado en Lisieux una tela mucho más cara de lo que yo la habría conseguido. La encuentro aquí tan buena como nunca la he tenido; es el doble mejor que la que utilizaba antes.
Deberías haberte imaginado que yo me había olvidado de contestarte al respecto, y no tenías por qué suponer que la cosa me molestase lo más mínimo. Yo no me encuentro a gusto y satisfecha si no puedo hacerte un favor. Otra vez, si no contesto a lo que me pides, hazme el favor de recor­dármelo, y sobre todo no compres tela, que yo te la conse­guiré de la mejor calidad.
Hoy me he dedicado a buscaros una cocinera. Habría encontrado hasta diez, si no hubieras insistido en que fuese una que sepa cocinar bien. Sirvientas corrientes hay tantas como gotas de agua en un río, pero las que valen están muy buscadas y son difíciles de encontrar. Realmente es muy triste verse obligado a tener sirvientes. Tengo tanto miedo de mandarte una mala, que me preocupo mucho más de la cuenta. Le pido a la Santísima Virgen que pueda encontrar una perfecta. No te impacientes: voy a buscarla tanto, que acabaré consiguiéndola.
Hablemos ahora de otras cosas. El día que recibí la noticia de que las niñas habían sido admitidas en la Congregación "Niños de Jesús", llegaron las dos por la noche con el Sr. Vidal, el jueves hizo ya quince días. Hoy aún siguen aquí y no sé cuándo se volverán al convento. Una de las alumnas mayores ha cogido la fiebre tifoidea y han creído prudente mandar a todas las alumnas con sus familias hasta que la enferma esté también en condiciones de irse con sus padres.
Esto me ha disgustado mucho, porque en Pascua no tendrán vacaciones. Ahora estoy esperando de un día para otro una carta para volverlas a mandar. Han estado enfer­mas las dos, sobre todo María que ha tenido fuertes náuse­as y un buen resfriado.
Veo con gozo, querida hermana, que tu hijita constituye tu mayor alegría. Yo también era tan feliz con la primera... A mis ojos, no había ningún niño como ella. Esperaba que me fuese así de bien con todos los demás. Pero me equivoqué: esto me enseñará para otra vez a no soñar con una felicidad duradera, que es imposible aquí en la tierra.
Por eso, no puedes imaginarte cómo me asusta el futu­ro respecto a esta criaturita que estoy esperando: me pare­ce que el destino de los dos últimos va a ser también el suyo, y eso constituye para mí una continua pesadilla. Creo que la aprensión será peor que el mal. Cuando llegan las desgracias, me resigno bastante bien, pero el miedo es para mí un verdadero suplicio. Esta mañana durante la Misa tenía unos pensamientos tan negros, que estaba totalmente trastornada.
Lo mejor es ponerlo todo en manos de Dios y esperar los acontecimientos con serenidad y abandonándonos a su voluntad. Voy a esforzarme por hacerlo.
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"Estoy tan feliz de volver a verte, que no puedo trabajar"

Al Sr. Martin, en viaje de negocios, 1869
Querido Luis:
Esta mañana he recibido tu carta, que estaba esperan­do con gran impaciencia. Me he quedado muy extrañada al ver que, contra toda esperanza, has conseguido hacer algún negocio'. Nuestra Señora de las Victorias te ha protegido,
El domingo fui a ver a la Celinita. Está muy fuerte y lozana. Si vieras cómo patalea... Ha aumentado una libra y media en un mes.
No tienes por qué preocuparte por los niños. Por des­gracia, seguramente ya no tendré más. Sin embargo, siem­pre esperaba tener un varoncito. Pero si Dios no lo quiere, me resigno a su voluntad.
Todo el mundo sabe, sin la menor duda, que no estás aquí, pues no veo a nadie. Todavía no he visto ladrones. Me quedo de guardia en la tienda, no me atrevo a subir. El vier­nes por la noche me quedé vigilando hasta la una de la madrugada.
Cuando recibas esta carta, estaré ocupada en ordenar­te el banco de trabajo; no te enfades, que no te perderé nada, ni siquiera un viejo cuadrante, ni siquiera un trozo de muelle, lo que se dice nada, y además te lo limpiaré todo por arriba y por abajo. No podrás decir que "no he hecho más que cambiar el polvo de sitio", pues no quedará ni una mota.
Les he dicho a las niñas que estabas en París y que habías pasado por Lisieux, y que volverías el jueves por la mañana, pero que no podrías ir a verlas a Le Mans, a pesar de que tenías muchas ganas de hacerlo.
Un abrazo con todo el corazón, hoy estoy tan feliz al pensar que volveré a verte, que no puedo trabajar.
Tu mujer, que te quiere más que a su vida.
[192]
"Hemos vivido sólo para los hijos: constituían toda nuestra felicidad"

A su hija Paulina
4 de marzo de 1877
Querida Paulina:
Esta tarde, después de las Vísperas, fui con María a visitar a una pobre obrera que está enferma, y su marido también, desde hace casi cuatro meses.
Al volver, encontré el paquete con los objetos de piedad que tu querida tía conservó hasta el final: su rosario y la cruz que besó antes del último suspiro, así como el Ecce Homo y cabellos suyos.
María y yo nos apresuramos a leer las cartas. María lloró mucho al leer la tuya, que me conmovió fuertemente y que a la vez me consoló. Si vieses el bien que me ha hecho esa carta, te alegrarías.
Sí, Paulina querida, tú serás santa como tu tía, así lo espero, aunque ella era mucho mejor que tú a tu edad.
Yo la quería mucho a mi hermana querida. Y no podía estar sin ella. Un día, poco antes de que se fuese para el convento, estaba yo trabajando en el jardín, pero ella no estaba allí conmigo; no podía estar sin ella y me fui a bus­carla. Me dijo: "¿Y qué harás cuando yo ya no esté aquí?"
Le contesté que yo también me iría. Y de hecho me fui tres. meses después, pero no por el mismo camino.
La primera vez que fui a verla al convento fue el día de mi boda. Puedo decir que ese día lloré todas mis lágrimas, más de lo que nunca había llorado en mi vida y más de lo que nunca volveré a llorar. Mi pobre hermana no sabía cómo consolarme. Y sin embargo, no me sentía triste por verla allí, no, al contrario, hubiese querido estar yo allí también. Comparaba mi vida con la suya, y arreciaban las lágrimas. Y durante mucho tiempo, mi corazón y mi mente estaban en la Visitación; iba a menudo a ver a mi hermana y allí respiraba una calma y una paz imposibles de describir; y cuando vol­vía, me encontraba enormemente desdichada por estar en medio del mundo y deseaba esconder mi vida con la suya.
Tú, Paulina, que quieres tanto a tu papá, igual piensas que yo le estaba haciendo sufrir y que le hice sufrir el día de la boda. Pero no, él me entendía y me consolaba lo mejor que podía, pues sus aficiones eran parecidas a las mías; y hasta pienso que nuestro afecto mutuo se acrecentó, nues­tros sentimientos vibraban al unísono y él fue siempre para mí consuelo y apoyo.
Pero cuando tuvimos hijos, nuestras ideas cambiaron un poco. No vivimos más que para ellos, constituían toda nuestra felicidad y sólo en ellos la encontrábamos. Nada nos resultaba ya penoso y el mundo ya no nos era una carga. Para mí, eran la gran compensación y por eso quería tener muchos, para criarlos para el cielo.
Cuatro de ellos están ya bien colocados, y los otros, sí, los otros irán también a ese reino celestial, cargados de más méritos, pues habrán luchado más tiempo.
Sólo Leonia sigue siendo una cruz muy pesada de lle­var. Ojalá tía me obtenga que cambie esta pobre niña, no dejo nunca de esperarlo. Esta tarde vino a pedirme que le dejara ver los recuerdos de su tía; Celina y Teresa los vieron al mismo tiempo y los besaron.
No me dices, Paulina, si has recibido el vino de Quina que te mandé el miércoles. No dejes de decírmelo en la pró­xima carta. Escríbeme el domingo, para saber si sigues aún en la enfermería, pues estoy preocupada.
Cuando veas a la Madre Superiora, dale las gracias de mi parte por la delicadeza que ha tenido al mandarme los objetos que utilizó tía y por su atenta carta, que me ha dado una gran alegría.
Me alegro mucho de que le dé permiso a sor Felicidad para que te traiga el lunes de Pascua. A esa buena Hermana le va a gustar volver a ver a las clarisas, a las que tanto quie­re. Las voy a avisar de su llegada, pues también ellas esta­rán encantadas. Espero que consiga también permiso para venir a cenar con nosotros.
El lunes de Pascua habrá en Alençon una gran fiesta, que reunirá a toda la población. Están organizando una cabalgata colosal, como la de hace siete años. ¡Sin embar­go, no estamos en tiempos de cabalgatas! Y ha habido que dar para ello: esos señores del Ayuntamiento van a pedir por todas las casas, diciendo que es para los pobres. Sí, "para los pobres" que no saldrán de pobres con eso...
No dejes de decirme a qué hora llegas. ¡Iré yo misma a buscarte! Me resultará muy duro no volver ya a ver a tía, que era una parte de mi felicidad en esta tierra.
He tenido un enorme trabajo esta semana, Paulina que­rida: tuve que encargarme del luto, y eso me ha llevado todo el tiempo. Además, he tenido muchas visitas: han venido todas las personas a las que comuniqué la muerte de tía, excepto la Sra. de X. ¡Y pensar que a esa gente sólo les hemos hecho todo el bien que hemos podido! Creo que a eso se debe el que no nos quieran, y sobre todo porque nuestras convicciones están tan lejos de las suyas. Nos separa una montaña.
A ver s¡ puedo contarte algo que te interese. Seguro que, para ello, tendré que hablarte de tu hermanita. Sigue siendo un encanto e inteligente a más no poder. Quiere saber en qué día vive, y así, por la mañana, en cuanto abre los ojos, me pregunta qué día es. Esta mañana, sin ir más lejos, me decía: "Hoy es domingo, mañana es lunes y des­pués martes". Y así los demás; ya sabe todos los días y no se equivoca.
Pero lo más curioso es el rosario de "prácticas", del que no se separa ni un minuto. Hasta anota algunas más de la cuenta, pues el otro día, imaginando en su cabecita que Celina había merecido un reproche, dijo: "Le he dicho una bobada a Celina, tengo que marcar una práctica". Pero inmediatamente vio que se equivocaba; le hicimos observar que, por el contrario, tenía que quitar rápidamente una, y contestó: "Anda, no puedo encontrar mi rosario..."
El otro día, estaba en la tienda con Celina y con Luisa. Hablaba de sus prácticas y discutía animadamente con Celina. La señora le preguntó a Luisa: "¿Qué es lo que quie­re decir? Cuando juega en el jardín, no se oye hablar más que de prácticas. La Sra. de Gaucherin se asoma a la ven­tana para tratar de entender qué significa esa discusión sobre las prácticas..."
Esta criatura constituye nuestra felicidad. Será buena, se le ve ya el germen, no habla más que de Dios, y por nada del mundo dejaría de rezar sus oraciones. Me gustaría que la vieras contar cuentos, no he visto nunca cosa mas gra­ciosa. Encuentra ella solita la expresión y el tono apropia­dos, sobre todo cuando dice: "Niño de rubios cabellos, ¿dónde crees que está Dios?" Y cuando llega a aquello de "Allá arriba, en lo alto del cielo azul", dirige la mirada hacia lo alto con una expresión angelical. No nos cansamos de hacérselo repetir, ¡resulta tan hermoso! Hay algo tan celes­tial en su mirada, que uno se queda extasiado...
Celina y Teresa son inseparables, no es fácil ver a dos niñas que se quieran tanto. Cuando María viene a buscar a Celina para la clase, la pobre Teresa se queda hecha un mar de lágrimas. ¡Ay, qué va a ser de ella si se va su amiguita...! María se compadece y se la lleva también, y la pobre cria­tura se pasa dos o tres horas sentada en una silla. Le dan unas cuentas para que las ensarte o algún trapo para que cosa; no se atreve a rebullir y lanza con frecuencia profun­dos suspiros. Cuando se le desenhebra la aguja, intenta vol­ver a enhebrarla, y es curioso verla cuando no lo consigue y sin atreverse a molestar a María. Pronto se ven dos gruesas lágrimas correr por sus mejillas... María la consuela inme­diatamente y le vuelve a enhebrar la aguja, y el pobre ange­lito sonríe a través de sus lágrimas...
El tiempo no se me ha hecho largo, querida Paulina: están sonando las diez y media, y pensaba que no eran más que las nueve. Estoy escribiendo desde las seis y media, y ésta es ya la cuarta carta: he escrito a Lisieux, al tío de París, a Alfonsina y luego a ti.
Adiós, un abrazo tan grande como mi amor
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¡Toda tuya!"

Al Sr. Martin
Angers, junio de 1877
Leonia y yo llegamos a Le Mans y oímos una Misa antes de dirigirnos a la Visitación. A las nueve y media, pedí que llamasen a María y a Paulina, que ya estaban preocu­padas por nosotras.
La Superiora había hecho que nos preparasen un buen desayuno con café y postres de todas clases; vino a vernos y me prometió oraciones y una comunión general. El martes por la tarde, todas las monjas y las alumnas harán por mí una peregrinación por la huerta, donde hay una estatua de la Virgen de Lourdes. Se interesan por mí todo lo que pueden.
Después de desayunar, salimos para Angers, adonde llegamos a las tres. En la estación nos estaba esperando una monja "externa" que nos llevó al Hotel de Francia, justo enfrente de la estación. Como estaba tan cerca, recogí el equipaje, Tenemos una habitación con dos camas. La Hermana vino a acomodarnos y después nos llevó a la Visitación. No saldremos hasta eso de las ocho y media.
Sor María Paula no quiere separarse de las niñas. Lloró al verlas, y María también. La Madre Superiora estuvo una hora con nosotras, y hace rezar por mí a toda la comunidad. También el capellán, que tiene cara de santo, ha venido a hablar con nosotras durante tres cuartos de hora: nunca he visto un sacerdote tan agradable y tan bueno.
Para la vuelta, yo había decidido tomar el tren que sale de Angers a las seis de la mañana, para llegar temprano a Le Mans y estar en casa a las cinco de la tarde; pero este extraordinario sacerdote me ha dicho que, si me curo, quie­re decir él el sábado una Misa de acción de gracias y hacer una celebración que me ha explicado; ya no la recuerdo, pero quiere que asista mucha gente.
Así que, si me curo, no creo que pueda llegar a Alençon antes de las ocho de la tarde; si no, lo haré a las cinco y media.
En la Visitación de Angers, vimos a Monseñor d'Evreux, que nos ha hablado con gran bondad y nos ha dado a besar el anillo.
Te estoy escribiendo mientras sor María Paula está charlando con las dos mayores, de las que no puede sepa­rarse. Paulina se encuentra estupendamente bien en la Visitación de Angers; mientras tanto, Leonia está aquí a mi lado, muy aburrida...
La sorpresa que la monja me había anunciado es que la Hermana "tornera" viene con nosotras a la peregrinación. Saldremos mañana a las siete y media. Termino, .pues se hace tarde. Dales muchos besos a las niñas.
Toda tuya.
[217]
"Mi tiempo se ha acabado: Dios quiere que descanse"

A su hermano
16 de agosto de 1877
El día que recibí tu última carta, vino el médico. Lo había llamado por los dolores de estómago y de intestino. Esperaba que me pusiera un tratamiento que me aliviase, pero lo único que me recetó fue ¡una botella de agua de Vals! Sin embargo, creo que algo podría hacerse para ali­viarme, pues ya no puedo tenerme en pie. Ya casi no bajo; voy de la cama al sillón y del sillón a la cama. Las dos últi­mas noches han sido muy crueles.
Hace dos días me lavé con agua de Lourdes y a partir de ese momento he tenido muchos dolores, sobre todo en los brazos. Decididamente, la Santísima Virgen no quiere curarme.
No puedo seguir escribiendo: estoy al límite de mis fuerzas. Habéis hecho bien viniendo a Alençon mientras aún podía estar con vosotros.
¡Qué le vamos a hacer! Si la Santísima Virgen no me cura, es porque mi tiempo se ha acabado y Dios quiere que descanse en un lugar distinto de la tierra...

San Nuño Alvares Pereira

Canonización del Beato Nuño Alvares Pereira
Basílica de San Pedro
Vaticano, 26 abril 2009


Nuño Alvares Pereira, fundador de la casa de Braganza, nació en Cernache de Bonjardim (Portugal) el 24 de julio de 1360. Condestable del Reino de Portugal, fue jefe invencible de los ejércitos militares en la guerra de independencia. Las gestas de este héroe nacional fueron cantadas por L. Camoes en Os Lusiadas. Cuando murió su mujer, entró en 1423 en Lisboa en el convento por él fundado para la Orden de los Carmelitas. Quiso ser un simple "donado" y tomó el nombre de fray Nuño de Santa María. Murió en este convento el Domingo de Resurrección de 1431 (1 de abril), habiendo dado a todos durante su vida un ejemplo de oración, penitencia, amor a los pobres y devoción filial a la Virgen. Su culto fue aprobado en 1918.Fuente:
Canonización
El B. Nuño de Sta. María Álvarez Pereira será canonizado el día 26 de abril de 2009 en San Pedro del Vaticano por su Santidad Benedicto XVI. El anuncio de la Canonización de diez Beatos ha sido dado por el mismo pontífice en el solemne Consistorio Público Ordinario que tuvo lugar en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano durante la celebración de la Hora Sexta.

NUÑO ÁLVARES PEREIRA nació en Portugal el 24 de junio de 1360, probablemente en Cernache do Bonjardim, siendo hijo ilegítimo de fray Álvaro Gonçalves Pereira, caballero de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén y prior de Crato, y de doña Iria Gonçalves do Carvalhal. Cuando tenía un año fue legitimado por decreto real, pudiendo así recibir la educación caballeresca típica de los descendientes de las familias nobles de la época. A los trece años llegó a ser paje de la reina Leonor y muy pronto, tras ingresar en la corte, fue investido caballero. A los dieciséis años, por voluntad de su padre, se casó con una joven y rica viuda, doña Leonor de Alvim. De esta unión nacieron tres hijos, dos varones, que murieron en temprana edad, y una niña, Beatriz, que posteriormente se casaría con el hijo del rey João I, Alfonso, primer duque de Bragança.
Al morir el rey Fernando, el 22 de octubre de 1383, sin dejar heredero varón, su hermano João se vio involucrado en la disputa por la corona lusitana, ambicionada por el rey de Castilla que se había casado con la hija del difunto rey. Nuño se puso de parte de João, el cual lo constituyó su condestable, es decir, comandante de su ejército. En varias ocasiones condujo Nuño el ejército portugués a la victoria, hasta que finalmente el conflicto tuvo su final con la batalla de Aljubarrota, el 14 de agosto de 1385.
Sin embargo, la capacidad militar de Nuño se mostraba temperada por una espiritualidad sincera y profunda. El amor a la eucaristía y a la Virgen constituían los pilares de su vida interior. Era asiduo en la oración mariana y ayunaba en honor de María los miércoles, viernes y sábados y en las vigilias de sus fiestas. Participaba cada día en la eucaristía, aunque sólo se podía recibir en las grandes festividades. El estandarte que él eligió como insignia personal mostraba las imágenes de Jesús Crucificado, de María y de los santos caballeros Santiago y Jorge. Con sus bienes construyó numerosas iglesias y monasterios, entre los que cabe mencionar el Carmen de Lisboa y la iglesia de Sta. María de la Victoria en Batalha.
Al morir su esposa, en 1387, Nuño no quiso contraer nuevo matrimonio siendo un ejemplo de vida casta. Tras el logro de la paz, donó a los supervivientes gran parte de sus bienes, de los cuales se desprendió totalmente cuando el año 1423 decidió entrar en el convento de los Carmelitas por él fundado, tomando el nombre de fray Nuño de Santa María. Conducido por el Amor, abandonó de esta manera las armas y el poder para dejarse revestir de la armadura espiritual que la Regla del Carmelo recomienda. De esta manera llevó a cabo un cambio radical de vida para recorrer en plenitud el camino de fe auténtica que él siempre había seguido. Él deseaba retirarse a una comunidad lejos de Portugal, pero el hijo del rey, don Duarte, se lo prohibió. Sin embargo, nadie ni nada pudo impedirle que se dedicara a hacer limosna a favor del convento y sobre todo a favor de los pobres, a los que asistía y servía de todas las maneras. Organizó para ellos la distribución diaria de alimentos y no se negaba nunca a sus peticiones. Al entrar en el convento, el condestable del rey de Portugal, el comandante del ejército y caudillo victorioso, el fundador y bienhechor de la comunidad carmelitana, no quiso privilegio alguno, sino que eligió para él el rango más humilde de hermano donato, poniéndose al total servicio del Señor, de María, la tierna Patrona siempre venerada, y de los pobres, en los cuales reconocía el rostro mismo de Jesús.
Fue significativo que fray Nuño de Santa María muriese el domingo de Pascua, 1 de abril de 1431, y que en seguida fuese considerado santo por el pueblo, que lo empezó a llamar “el Santo Condestable”.
Pero, si bien la fama de santidad de Nuño permaneció constante e incluso aumentó con el tiempo, el iter del proceso de canonización ha resultado complejo; fue iniciado muy pronto por los soberanos portugueses y después por la Orden Carmelitana, encontrando innumerables obstáculos de índole exterior, hasta que el año 1894 el P. Anastasio Ronci, entonces postulador general de los Carmelitas, consiguió retomar el proceso para el reconocimiento del culto ab immemorabili del Beato Nuño, el cual, a pesar de las dificultades de cada época, concluyó felizmente el 23 de diciembre de 1918 con el decreto Clementissimus Deus de S.S. Benedicto XV.
Sus reliquias fueron trasladadas varias veces de su primitivo sepulcro a la iglesia del Carmen, hasta que el año 1961, con ocasión del sexto centenario del nacimiento del Beato Nuño, se organizó una peregrinación con un precioso relicario de plata donde fueron depositadas las reliquias, pero éste fue robado poco después sin que se hayan encontrado las reliquias; en su lugar se colocaron algunos huesos que se habían conservado en otro lugar. El descubrimiento, el año 1996, del primitivo lugar de la tumba con algunos fragmentos de huesos de características idénticas a las referidas reliquias, avivó de nuevo el deseo de ver pronto al Beato Nuño proclamado Santo por la Iglesia. El postulador general de los Carmelitas, P. Felip Mª Amenós i Bonet, obtuvo la reapertura de la causa, la cual se vio avalada por un presunto milagro ocurrido el año 2000. Tras la conclusión de las respectivas investigaciones, el Santo Padre Benedicto XVI dispuso el 3 de julio de 2008 la promulgación del decreto sobre el milagro para la canonización, y en el Consistorio del día 21 de febrero de 2009 decretó que el Beato Nuño sea inscrito en el Registro de los Santos el día 26 de abril de 2009.