lunes, 22 de junio de 2009

Nuestra Señora del Carmen

Nuestra Señora del Carmen
Monte Carmelo

El Carmelo es una cadena montañosa de Israel que, partiendo de la región de Samaria, acaba por hundirse en el Mar Mediterráneo, cerca del puerto de Haifa. Esta altura tiene un encanto peculiar. Es diferente del Monte Nebo, en Jordania, del macizo del Sinaí y del Monte de los Olivos en Jerusalén. Todas las montañas palestinas tienen sus recuerdos teofánicos (es decir de las manifestaciones de Dios), que las convierten en cumbres sagradas y místicas. Pero ninguna tan sugestiva como el Monte Carmelo. ¿Por qué San Juan de la Cruz lo tomó como el símbolo de la ascensión mística? Seguramente se le sugirió el nombre de su propia Orden Carmelitana. Pero sin duda había alguna intención más profunda que la hacía simpatizar con el misterio de la sagrada montaña del profeta Elías. Una tradición piadosa sostiene que, desde los días de los profetas Elías y Eliseo, hubo en aquella zona hombres de oración que vivían en soledad la búsqueda de Dios. En el período de los Cruzados surgió entre los cristianos el deseo de vivir sobre aquella montaña de vida de entrega al Señor. Así surgió en el Carmelo la vida carmelita. El convento del Monte Carmelo tiene un nombre evocador: "Stella Maris" (Estrella del Mar). Es un hermoso edificio cuadrangular a 500 metros de altura sobre el nivel del Mar Mediterráno en la ciudad de Haifa. El centro del convento lo ocupa el santuario de la Virgen del Carmen. En el altar mayor de esta hermosa iglesia en cruz griega se venera la estatua de la Virgen del Carmen, obra de un escultor italiano en 1836. Debajo del altar se ve la gruta del profeta Elías. Según la tradición, éste era el lugar donde se refugiaba el profeta. Una estatua recuerda al celoso defensor de la religión de Yahwéh. Nos cuentan los Padres Carmelitas que no ha sido fácil la permanencia católica sobre esta montaña. Bien es verdad que, en la época de los Cruzados, el patriarca latino de Jerusalén, San Alberto, pudo dar a los ermitaños del Monte Carmelo una regla religiosa el año 1212. Se cuenta que el carmelita San Simón Stock pasó por aquí antes de su célebre visión del escapulario carmelita. También subió en peregrinación a esta santa montaña el rey San Luis de Francia en el año 1254 en acción de gracias por haberse salvado de un naufragio. Con la caída de la ciudad de San Juan de Acre en 1291 vino la persecusión árabe que causó el martirio de no pocos religiosos. Después de una larga interrupción de la vida monacal en la montaña que dio ocasión para la expansión del ideal carmelitano por el Occidente, regresaron los religiosos del Carmen al Monte Carmelo por el siglo XVII.

La estrella del Mar
Los marineros antes de la edad de la electrónica confiaban su rumbo a las estrellas. De aquí la analogía con La Virgen María quien como, estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles de la vida hacia el puerto seguro que es Cristo.
Por la invasión de los sarracenos, los Carmelitas se vieron obligados a abandonar el Monte Carmelo. Una antigua tradición nos dice que antes de partir se les apareció la Virgen mientras cantaban el Salve Regina y ella prometió ser para ellos su Estrella del Mar. Por ese bello nombre conocían también a la Virgen porque el Monte Carmelo se alza como una estrella junto al mar
Los Carmelitas y la Virgen del Carmen se difunden por Europa
La Virgen Inmaculada, Estrella del Mar, es la Virgen del Carmen, es decir la que desde tiempos remotos allí se le venera. Ella acompañó a los Carmelitas a medida que la orden se propagó por el mundo. A los Carmelitas se les conoce por su devoción a la Madre de Dios, ya que en ella ven el cumplimiento del ideal de Elías. Llegaron incluso a llamárseles: "Los hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo". En su profesión religiosa se consagraban a Dios y a María, y tomaban el hábito en honor ella, como un recordatorio de que sus vidas le pertenecían a ella, y por ella a Cristo.

El Escapulario Carmelita

Los signos en la vida humana y cristiana Vivimos en un mundo con cantidad de realidades tomadas como símbolo: el rayo de luz, la llama de fuego, el agua que brota... En la vida de cada día existe también gestos que expresan y simbolizan valores más profundos: como el compartir la comida (signo de amistad), el ponerse en fila para una manifestación (signo de solidariedad), el estar todos en pie (respeto). Como hombres tenemos necesidad de signos o símbolos que nos ayuden a entender y vivir. Como cristianos tenemos a Jesús, el gran don y al mismo tiempo signo eterno del amor del Padre. El estableció la Iglesia, ella misma como signo e instrumento de su amor. E incluso utilizó pan, vino, agua para remontarnos a realidades superiores que no vemos ni tocamos: constituyó signos capaces para dárnoslas verdaderamente, es decir los Sacramentos. En la celebración de los Sacramentos los símbolos (agua, aceite, pan, imposición de las manos, anillos) expresan y operan una comunicación con Dios, que se hace presente a través de tales cosas concretas y cotidianas. Además de los signos litúrgicos, existen en la Iglesia otros signos, ligados a un acontecimiento, a una tradición, a una persona.

UNO DE ESTOS ES EL ESCAPULARIO DEL CARMEN.
Origen del Escapulario En el Medioevo muchos cristianos querían unirse a las Ordenes religiosas fundadas entonces: Franciscanos, Dominicos, Agustinos, Carmelitas. Surgió un laicado asociado a ellas mediante las Confraternidades. Las Ordenes religiosas trataron de dar a los laicos un signo de afiliación y de participación en su espíritu y apostolado. Este signo estaba constituido por una parte significativa del hábito: capa, cordón, escapulario. Entre los Carmelitas se estableció el Escapulario, en forma reducida, como expresión de pertenencia a la Orden y de compartir su devoción mariana. Actualmente el Escapulario de la Virgen del Carmen es un signo aprobado por la Iglesia y propuesto por la Orden Carmelitana como manifestación del amor de María por nosotros y como expresión de confianza filial por parte nuestra en Ella, cuya vida queremos imitar. El "Escapulario" en su origen era un delantal que los monjes vestían sobre el hábito religioso durante el trabajo manual. Con el tiempo asumió el significado simbólico de querer llevar la cruz de cada día, comlos verdaderos seguidores de Jesús. En algunas Ordenes religiosas, como el Carmelo se convirtió en el signo de la decisión de vivir la vida como siervos de Cristo y de Maria.El Escapulario simbolizó el vínculo especial de los Carmelitas a María, Madre del Señor, expresando la confianza en su materna protección y el deseo de seguir su ejemplo de donación a Cristo y a los demás. Así se ha transformado en un signo Mariano por excelencia.
El Escapulario, signo mariano El Escapulario ahonda sus raíces en la larga historia de la orden Carmelita, donde representa el compromiso de seguir a Cristo como María, modelo perfecto de todos los discípulos de Cristo. Este compromiso tiene su origen lógico en el bautismo que nos transforma en hijos de Dios.
La Virgen nos enseña A vivir abiertos a Dios y a su voluntad, manifestada en los acontecimientos de la vida; A escuchar la voz (palabra) de Dios en la Biblia y en la vida, poniendo después en práctica las exigencias de esta voz; A orar fielmente sintiendo a Dios presente en todos los acontecimientos; A vivir cerca de nuestros hermanos y a ser solidarios con ellos en sus necesidades.
El Escapulario introduce en la fraternidad del Carmelo, es decir en una gran comunidad de religiosos y religiosas que, nacidos en Tierra Santa, están presentes en la Iglesia desde hace más de ocho siglos. Compromete a vivir el ideal de esta familia religiosa, que es la amistad íntima con Dios a través de la oraciòn Pone delante el ejemplo delos santos y santas del Carmelo con quienes se establece una relación familiar de hermanos y hermanas. Expresa la fe en el encuentro con Dios en la vida eterna por la intercesión de María y su protección.
En síntesis y en concreto el escapulario del Carmen NO ES Ni un objeto para una protección mágica (un amuleto) Ni una garantía automática de salvación Ni una dispensa para no vivir las exigencias de la vida cristiana, al revés! ES Un signo "fuerte" aprobado por la Iglesia desde hace varios siglos, ya que representa nuestro compromiso de seguir a Jesús como María: * abiertos a Dios y a su voluntad * guiados por la fe, por la esperanza y por el amor * cercanos al prójimo necesitado * orando constantemente y descubriendo a Dios presente en todas las circunstancias * un signo que introduce en la familia del Carmelo * un signo que alimenta la esperanza del encuentro con Dios en la vida eterna bajo la protección de María Santísima.
Normas prácticas * El Escapulario lo impone una vez para siempre, un religioso carmelita u otro sacerdote autorizado. * Puede ser sustituido por una medalla que represente por una parte la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, y por otra la de la Virgen. Esta medalla se bendice cuando se cambia. * El Escapulario es para los cristianos auténticos que viven conforme a las exigencias evangélicas, reciben los Sacramentos y profesan una especial devoción a la Santísima Virgen (expresada con el rezo cotidiano de al menos tres Ave Marías).
Imposición del escapulario: fórmula Recibe este Escapulario, signo de una relación especial con María, la Madre de Jesús, que te comprometes a imitare. Este Escapulario te recuerde tu dignidad de cristiano, tu entrega al servicio del prójimo y a la imitación de María. Llévalo como signo de su protección y como signo de tu pertenencia a la familia del Carmelo. Estáte dispuesto a cumplir la voluntad de Dios y a comprometerte en el trabajo por la construcción de un mundo que responda al plan de fraternidad, justicia y paz de Cristo.
Santa Teresa de Jesús y la Virgen María
Toda la experiencia mariana de Santa Teresa que se encuentra diseminada en sus escritos, se puede componer en un mosaico que ofrece una hermosa imagen de María; nos servimos de tres líneas importantes de esta doctrina teresiana.
a. Devoción mariana y experiencia mística mariana
Desde la primera página de los escritos teresianos aparece la Virgen entre los recuerdos más importantes de la niñez de Teresa; es el recuerdo de la devoción que su madre Doña Beatriz le inculcaba y que ejercitaba con el rezo del Santo Rosario (Vida 1,1.6); es conmovedor el episodio de su oración a la Virgen cuando pierde su madre Doña Beatriz, a la edad de 13 años: "Afligida fuíme a una imagen de nuestra Señora y suplicaba fuese mi madre con muchas lágrimas. Parecíame que aunque se hizo con simpleza me ha valido; porque conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a ella, y, en fin, me ha tornado a sí" (Vida 1,7). La Santa atribuye, pues, a la Virgen, la gracia de una protección constante y de manera especial la gracia de su conversión: "me ha tornado a sí". Otros textos de la autobiografía nos revelan la permanencia de esta devoción mariana: cuando acude a la Virgen en sus penas (Vida 19,S), cuando recuerda sus fiestas de la Asunción y de la Inmaculada Concepción (Ib. 5,9; 5,6), o la Sagrada Familia (Ib. 6,8), o su devoción al Rosario (Ib. 29,7; 38,1). Muy pronto la devoción a la Virgen pasa a ser, como en otros aspectos de la vida de la Santa, una experiencia de sus misterios cuando Dios hace entrar a Teresa en contacto con el misterio de Cristo y de todo lo que a él le pertenece. En la experiencia mística teresiana del misterio de la Virgen hay como una progresiva contemplación y experiencia de los momentos más importantes de la vida de la Virgen, según la narración evangélica. Así por ejemplo, tenemos una intuición del misterio de la obumbración de la Virgen y de su actitud humilde y sabia en la Anunciación (Conceptos de Amor de Dios 5,2; 6,7). Por dos veces la Santa Madre ha tenido una experiencia mística de las primeras palabras del Cántico de María, el "Magnificat" (Relación 29,1; 61), que según el testimonio de María de San José con mucha frecuencia "repetía en voz baja y en lenguaje castellano"' (Cfr. B.M.C. 18, p. 491). Contempla con estupor el misterio de la Encarnación y de la presencia del Señor dentro de nosotros a imagen de la Virgen que lleva dentro de sí al Salvador: "Quiso (el Señor) caber en el vientre de su Sacratísima Madre. Como es Señor, consigo trae la libertad, y como nos ama hácese a nuestra medida" (Camino Escorial 48,11). Contempla la Presentación de Jesús en el templo y se le revela el sentido de las palabras de Simeón a la Virgen (Relación 35,1): "No pienses cuando ves a mi Madre que me tiene en los brazos, que gozaba de aquellos contentos sin graves tormentos. Desde que le dijo Simeón aquellas palabras, la dio mi Padre clara luz para que viese lo que yo había de padecer" ( Cfr. también sobre el nacimiento de Jesús la Poesía 14 y sobre la presentación Camino 31,2). Tiene presente la huída a Egipto y la vida oculta de la Sagrada Familia (Carta a Doña Luisa de la Cerda, 27 de mayo de 1563, y Vida 6,8). Tiene una especial intuición de la presencia de María en el misterio pascual de su Hijo; participa con ella en la pena de su desolación y en la alegría de la Resurrección del Señor. A Teresa le gusta contemplar fortaleza de María y su comunión con el misterio de Cristo al pie de la Cruz (Camino 26,8). En los Conceptos de Amor de Dios (3,11) describe la actitud de la Virgen: "Estaba de pie y no dormida, sino padeciendo su santísima anima y muriendo dura muerte". Ha entrado místicamente en el dolor de la Virgen cuando se le pone el Señor en sus brazos "a manera de como se pinta la quinta angustia" (Relación 58); ha experimentado en la Pascua de 1571 en Salamanca la desolación y el traspasamiento del alma ( que es como una noche oscura del espíritu); todo ello le hace hacen recordar la soledad de la Virgen al pie de la Cruz (Relación 15, 1.6). En esta misma ocasión le dice el Señor que: "En resucitando había visto a nuestra Señora, porque estaba ya con gran necesidad ... y que había estado mucho con ella- porque había sido menester hasta consolarla" (Ib.). En varias ocasiones ha podido contemplar el misterio de la glorificación de la Virgen en la fiesta de su Asunción gloriosa (Vida 33,15 y 39,26). Tiene conciencia de que la Virgen acompaña con su intercesión constante la comunidad en oración, como le acaece en San José de Avila (Vida 36,24) y en la Encarnación (Relación 25,13). Cuando en una altísima experiencia mística de le da a conocer el misterio de la Trinidad percibe la cercanía de la Virgen en este misterio y el hecho de que la Virgen, con Cristo y el Espíritu Santo son un don inefable del Padre: "Yo te di a mi Hijo y al Espíritu Santo y a esa Virgen. ¿Qué me puedes dar tu a mi? (Ib.) Se puede afirmar que la Santa ha tenido una profunda experiencia mística mariana, ha gozado de la presencia de María y ella misma, la Madre, le ha hecho revivir sus misterios. Por eso es una profunda convicción de la doctrina teresiana que los misterios de la Humanidad de Cristo y los misterios de la Virgen Madre forman parte de la experiencia mística de los perfectos (Cfr. Moradas VI,7,13 y título del cap.; 8,6).
b. María, modelo y madre de la vida espiritual.
Santa Teresa ha expresado en algunas líneas doctrinales su experiencia y su contemplación del misterioso de la Virgen María. Hubiera, sin duda alguna, trazado una hermosa síntesis de espiritualidad mariana si, como fue su intención, hubiese comentado el "Ave María" como hizo con el Padre Nuestro en la primera redacción del Camino de Perfección. Podemos afirmar que entre las virtudes características de la Virgen que Santa Teresa propone a la imitación, hay una que las resume todas. María es la primera cristiana, la discípula del Señor, la seguidora de Cristo hasta el pie de la Cruz (Camino 26,8). Es el modelo de una adhesión total a la Humanidad de Cristo y a la comunión con El en sus misterios, de manera que Ella es el modelo de una contemplacion centrada en la Sacratísima Humanidad (Cfr. Vida 22,1; Moradas VI,7,14). Entre las virtudes que son también las de la vida religiosa carmelitana podemos citar: la pobreza que hace María pobre con Cristo (cfr. Camino 31,2); la humildad que trajo a Dios del cielo "en las entrañas de la Virgen" (Camino 16,2) y por eso es una de las virtudes principales que hay que imitar: "Parezcámonos en algo a la gran humildad de la Virgen Santísima" (Camino 13,3); la actitud de humilde contemplacion y de estupor ante las maravillas de Dios (Conceptos de Amor de Dios, 6,7) y el total asentimiento a su voluntad (Ib.). Su presencia acompaña todo nuestro camino de vida espiritual, como si cada gracia y cada momento crucial de madurez en la vida cristiana y religiosa tuvieran que ver con la presencia activa de la Madre en el camino de sus hijas. Así la Virgen aparece activamente presente en toda la descripción que la Santa hace del itinerario de la vida espiritual en el Castillo Interior. Es la Virgen que intercede por los pecadores cuando a ella se encomiendan (Moradas I, 2,12). Es ejemplo y modelo de todas las virtudes, para que con sus méritos y con sus virtudes pueda servir de aliento su memoria en la hora de la conversión definitiva (Moradas III 1,3). Es la Esposa de los Cantares (Conceptos de Amor de Dios, 6,7), modelo de las almas perfectas. Y es la Madre en la que todas las gracias se resumen en su comunión con Cristo en el "mucho padecer": "Siempre hemos visto que los que mas cercanos anduvieron a Cristo nuestro Señor fueron los de mayores trabajos: miremos los que pasó su gloriosa Madre y sus gloriosos apóstoles" (Moradas VII 4,5). Por eso la memoria de Cristo y de la Virgen, en la celebración litúrgica de sus misterios, nos acompaña y fortalece (Cfr. Moradas VI,7,11.13).

c. La Virgen María y el Carmelo
Teresa de Jesús con su vocación de Carmelita ha entrado profundamente en toda la antigua tradición espiritual del Carmelo. En el monasterio de la Encarnación de Avila ha podido impregnarse de toda la rica espiritualidad mariana de la Orden, tal como en el siglo XVI la expresaban la tradición histórica, las leyendas espirituales, la liturgia carmelitana, la devoción popular, la iconografía carmelitana. En sus escritos el nombre de la Orden esta siempre unido al de la Virgen que es Señora, Patrona, Madre de la Orden y de cada uno de sus miembros. Todo es mariano en la Orden, según Santa Teresa: el hábito, la Regla, las casas. Cuando es nombrada Priora de la Encarnación, en 1571, coloca en el lugar primero del coro a la Virgen, porque comprende que en María hay una convergencia de devoción, de amor y respeto por parte de todas las religiosas. El gesto tiene un hermoso epílogo mariano, con la aparición de la Virgen (Relación 25). En una Carta a María de Mendoza (7 de marzo de 1572) dice afectuosamente: "Mi 'Priora' (la Virgen María) hace estas maravillas". Acoge con gozo al P. Gracián, tan devoto de la Virgen, como ella recuerda con frecuencia en sus Cartas, y se entusiasma con el conocimiento que él tiene y le comunica de los orígenes de la Orden, tal como eran narrados en los libros de entonces (cfr. Fundaciones, c.23) Tiene plena conciencia de los privilegios del Santo Escapulario, como parece aludir en esta frase a propósito de la muerte de un carmelita: "Entendí que por haber sido fraile que había guardado bien su profesión le habían aprovechado las Bulas de la Orden para no entrar en el Purgatorio (Vida 38,31). Con idéntico espíritu mariano, como un servicio de renovación de la Orden de nuestra Señora y por impulsos de la Virgen, emprende la tarea de la fundación de San José. Ya en las primeras gracias que Cristo le hace, encontramos la alusión de la presencia de la Virgen en el Carmelo (Vida 32,11). Después es la misma Virgen la que activa la fundación de San José con idénticas palabras y promesas y con una gracia especial concedida a Teresa de pureza interior, una especie de investidura mariana para ser Fundadora (Vida 33,14). Al concluir felizmente la fundación de San José la Madre Teresa confiesa sus sentimientos marianos: "Fue para mí como estar en una gloria ver poner el Santísimo Sacramento... y hecha una obra que tenía entendido era para servicio del Señor y honra del hábito de su gloriosa Madre" (Vida 36,6). Y añade: "Guardamos la Regla de nuestra Señora del Carmen... Plega al Señor sea todo para gloria y alabanza suya, y de la gloriosa Virgen María, cuyo hábito traemos" (Ib. 36, 26.28) Como respuesta a este servicio mariano, ve a Cristo que le agradece "lo que había hecho por su Madre" y ve a la Virgen "con grandísima gloria, con manto blanco y debajo de él parecía ampararnos a todas" (Ib. 36, 24). En la narración de los progresos de la Reforma, Teresa tiene siempre el cuidado de subrayar la continuidad con la Orden, el servicio hecho a nuestra Señora, la especial protección que Ella le dispensa en todas las ocasiones. Así, por ejemplo, el encuentro con el Padre Rubeo y el permiso obtenido para extender los monasterios teresianos: "Escribí a nuestro Padre General una carta... poniéndole delante el servicio que haría a nuestra Señora, de quien era muy devoto. Ella debía ser la que lo negoció" (Fundaciones, 2,5). Todo el libro de las Fundaciones parece estar escrito en clave mariana, pues son continuas las alusiones de Teresa a la Virgen y a su servicio, como cuando escribe: "Comenzando a poblarse estos palomarcitos de la Virgen nuestra Señora ..." (Ib. 4,5); o cuando subraya: "Son estos principios para renovar la Regla de la Virgen su Madre y Señora y Patrona Nuestra" (Ib. 14,5), como dice a propósito de la fundación de Duruelo. Cuando vuelve la vista atrás, al final del libro de las Fundaciones, contempla todo como un servicio de la Virgen y una obra en la que ha colaborado la misma Reina del Carmelo: "Nosotras nos alegramos de poder en algo servir a nuestra Madre y Señora y Patrona... Poco a poco se van haciendo cosas en honra y gloria de esta gloriosa Virgen y su Hijo ..." (Ib. 29,23.28). La misma separación de calzados y descalzos hecha en el Capítulo de Alcalá, en 1581, es contemplada por Teresa con una referencia pacificadora a la Madre de la Orden: "Acabó nuestro Señor cosa tan importante... a la honra y gloria de su gloriosa Madre, pues es de su Orden, como Señora y Patrona que es nuestra ..." (Ib. 29,31). El recuerdo de la Virgen sugiere a Teresa en diversas ocasiones el sentido de la vocación carmelitana inspirada en María. Así por ejemplo con una alusión implícita a la Virgen escribe: "Todas las que traemos este hábito sagrado del Carmen somos llamadas a la oración y contemplación (porque este fue nuestro principio, de esta casta venimos, de aquellos santos Padres nuestros del Monte Carmelo, que en tan gran soledad y con tanto desprecio del mundo buscaban este tesoro, esta preciosa margarita de que hablamos" (Moradas V 1,2). En el contexto anterior y posterior la Santa habla de la vocación la oración, tesoro escondido y perla preciosa - dos alusiones evangélicas - que están dentro de nosotros, pero que exigen el don total de nuestra vida para comprar el campo donde esta el tesoro y adquirir la perla preciosa. María aparece como la Madre de esta "casta de contemplativos", por su interioridad en la meditación y la entrega total del Señor. En otra ocasión Teresa llama la atención sobre la necesidad de la imitación de la Virgen para poder llamarnos de veras hijas suyos: "Plega a nuestro Señor, hermanas, que nosotras hagamos la vida como verdaderas hijas de la Virgen y guardemos nuestra profesión, para que nuestro Señor nos haga la merced que nos ha prometido" (Fundaciones 16,7). En el amor a la Virgen y en la adhesión a la misma familia se encuentra para la fraternidad teresiana el fundamento del amor recíproco y de la comunión de bienes, como sugieren estos dos textos: "Así que, mis hijas, todas lo son de la Virgen y hermanas, procuren amarse mucho unas a otras" (Carta a las monjas de Sevilla, 13 de enero de 1580, 6). "Por eso traemos todas un hábito, porque nos ayudemos unos (monasterios) a otros, pues lo que es de uno es de todos" (Carta a la M. Priora y Hermanas de Valladolid, 31 de mayo de 1579,4). Estas páginas muestran como la Santa Madre ha vivido intensamente la tradición mariana del Carmelo y la ha enriquecido con su experiencia mística, su devoción y la orientación doctrinal de sus escritos. Para la carmelita descalza la Virgen es, en la perspectiva teresiana, modelo de adhesión a Cristo, de vivencia contemplativa de su misterio y de servicio eclesial; para cada monasterio, la Virgen es la Madre que con su presencia acrecienta el sentido de intimidad y de familia, alienta en el camino de la vida espiritual, preside la oración como ferviente intercesora ante su Hijo.
La Espiritualidad Mariana de la orden Carmelita Escrita por la Orden de Carmelitas

1. En los orígenes de nuestra devoción mariana
Hay tres palabras claves que sintetizan los orígenes de nuestra relación carismática con la Virgen María: el lugar del Monte Carmelo, el nombre o título mariano de la Orden, la explícita mención de la dedicación de la Orden del Carmelo al servicio de nuestra Señora. a. El lugar: una capilla en honor de la Virgen María en el Monte Carmelo Un anónimo peregrino de principios del siglo XIII nos ofrece, en un documento sobre los caminos y peregrinaciones de la Tierra Santa, el primer testimonio histórico mariano acerca de la Orden. Nos habla de una "muy bella y pequeña iglesia de nuestra Señora que los ermitaños latinos, llamados "Hermanos del Carmelo" tenían en el Wadi 'ain es-Siah. Otra redacción del mismo manuscrito habla de una iglesia de nuestra Señora. Posteriormente el título de la Virgen María se le dará a todo el monasterio, cuando se amplíe notablemente la primitiva capilla, como consta en varios documentos antiguos (cfr. Bullarium Carmelitanum, I, pp. 4 y 28). Este dato primordial de la capilla del Monte Carmelo dedicada a la Madre de Dios es significativo y prácticamente es el hecho del que se desprende la más antigua devoción de los Carmelitas a la Virgen. Desde el principio de su fundación los Carmelitas han erigido una pequeña capilla dedicada a la Virgen Madre de Dios en su misma tierra de Israel. Suponemos que esta capilla estaba presidida por una imagen de la Madre de Dios. La tradición antigua de la orden nos ha transmitido algunas imágenes antiguas, de inspiración oriental. Entre ellas algunas del tipo de la Virgen de la ternura o de la Virgen sentada en un trono con su Hijo. Todo ello indica que los ermitaños del Monte Carmelo querían dedicarse por entero al vivir en obsequio de Jesucristo bajo la mirada amorosa de la Virgen Madre, y que ella presidió desde sus misma cuna el nacimiento de una nueva experiencia eclesial. De aquí el hecho que se la reconozca como Patrona, según las palabras del General Pedro de Millaud al Rey de Inglaterra Eduardo I a propósito de la Virgen María "en cuya alabanza y gloria esta misma Orden fue fundada especialmente" (Cfr. Ibidem, 606-607). Una afirmación que la tradición posterior confirmara constantemente. b. El nombre: "Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo" Así aparece el título de la Orden en algunos documentos pontificios, con una referencia explícita a la Virgen María, como consta por la Bulla de Inocencio IV, Ex parte dilectorum (13-1-1252): "De parte de los amados hijos, los ermitaños hermanos de la Orden de Santa María del Monte Carmelo" (Analecta Ordinis Carmelitarum 2 (1911-1913) p.128). En un documento posterior (20-2-1233) Urbano IV (en la Bula Quoniam, ut ait) hace referencia al "Prior Provincial de la Orden de la Bienaventurada María del Monte Carmelo en Tierra Santa" y añade que en el Monte Carmelo está el lugar de origen de esta Orden donde se va a edificar un nuevo monasterio en honor de Dios y "de la dicha Gloriosa Virgen su Patrona" (Bullarium Carmelitanum I, p.28). Este nombre, "Hermanos" que es signo de familiaridad e intimidad con la Virgen, ha sido reconocido por la Iglesia, y será en adelante fuente de espiritualidad cuando los autores carmelitas posteriores hablen del "patronazgo de la Virgen" y de su cualidad de "Hermana" de los Carmelitas. c. La consagración a la Virgen El Carmelo profesa con su dedicación total al servicio de Jesucristo como Señor de la Tierra Santa, según el sentido de seguimiento y de servicio que tiene el texto inicial de la Regla en su contexto histórico y geográfico, su total consagración a la Virgen María. Así lo reconoce un antiguo texto legislativo del Capitulo de Montpellier, celebrado en 1287: "Imploramos la intercesión de la gloriosa Virgen María, Madre de Jesús, en cuyo obsequio y honor fue fundada nuestra religión del Monte Carmelo" (Cfr. Actas del Capítulo General de Montpellier, Acta Cap.Gen., Ed. Wessels-Zimmermann, Roma 1912, p.7). Esta especial consagración que se une al recuerdo del seguimiento de Cristo tendrá una lógica consecuencia en la fórmula de la profesión que incluirá la mención explícita de la entrega a Dios y a la Bienaventurada Virgen María.

2. Una tradición espiritual viva
Tras los datos históricos reseñados que pertenecen a los albores de la experiencia mariana del Carmelo, las Constituciones señalan los elementos mas significativos de la espiritualidad mariana de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz. Sin embargo podemos condensar en algunas orientaciones la riqueza doctrinal del espíritu mariano de la Orden, tal como ha sido vivido a partir de los orígenes, enriquecido por la devoción y los escritos espirituales de algunos carmelitas insignes. a. Los títulos de amor y de veneración. Se puede afirmar que la antigua tradición carmelitana ha expresado los vínculos de amor con la Virgen a través de una serie de títulos relativos al misterio de María pero percibidos con un sabor especial desde la experiencia de la vida del Carmelo. Así, en los orígenes, predomina la denominación de Patrona de la Orden, pero también se va haciendo camino la expresión más dulce de Madre, como aparece en fórmulas antiguas de Capítulos y Constituciones, como estas: "En honor de nuestro Señor Jesucristo y de la gloriosa Virgen María, Madre de nuestra Orden del Carmelo"; "Para alabanza de Dios y de la bienaventurada Virgen María Madre de Dios y Madre nuestra", como dicen las Constituciones de 1369. En la antífona "Flos Carmeli" se invoca a la Virgen como "Madre dulce" (Mater mitis) y Juan de Chimineto habla de María como "fuente de las misericordias y Madre nuestra". Los dos apelativos están en relación con el misterio de la Virgen Madre de Dios en la expansión de su maternidad hacia los hombres. A estos títulos hay que añadir el de Hermana, asumido por los Carmelitas del siglo XIV en la literatura devocional que narra los orígenes de la Orden, a partir del profeta Elías que contempla proféticamente en la nubecilla la futura Madre del Mesías, y se complace en ilustrar las relaciones de la Virgen con los ermitaños del Monte Carmelo. Desde otro punto de vista doctrinal, los Carmelitas, en la contemplacion el misterio de la Virgen, han puesto de relieve su Virginidad, admirando en ella el modelo de la opción por una vida virginal en el Carmelo y su relación con la contemplacion. Por las mismas razones los Carmelitas siempre estuvieron entre los defensores del privilegio de la Inmaculada Concepción de la Virgen, en las controversias de la edad media, sea a nivel de teología, sea a favor de la introducción de la fiesta en el Calendario de la Orden que la celebraba con particular devoción. De aquí también la insistencia de los autores carmelitas en la filial contemplacion de la Virgen Purísima y del compromiso de imitar en la Virgen esta actitud espiritual, simbólicamente reflejada en la capa blanca del hábito de la Orden. b. Privilegios para la Orden. La historia y la espiritualidad mariana de la Orden, sobre todo durante los siglos XIV-XVI, se enriquecen de motivos devocionales que van aumentando la tradición histórica primitiva. La Virgen María aparece como una auténtica Protectora de la Orden en momentos difíciles de su evolución y su expansión en Occidente. EL Catálogo de los Santos Carmelitas ha recogido la visión que el General de la Orden Simón Stock tuvo hacia el año 1251, cuando la Virgen se le aparece y le hace entrega del hábito de la Orden asegurándole la salvación eterna para todos los que lo lleven con devoción. Al Papa Juan XXII se le atribuye un documento, llamado comúnmente Bula Sabatina, que lleva la fecha del 3 de marzo de 1322, en el cual refiere la visión que el mismo Papa tiene de la Virgen que le promete una protección personal a cambio de la ayuda que él mismo preste a los Carmelitas; en la Bula se alude al privilegio de una liberación de las penas del Purgatorio para todos aquellos que hayan llevado dignamente el Santo Escapulario, mediante la acción maternal de la Virgen que irá a liberar a sus devotos el sábado siguiente a su muerte. Estos dos hechos han polarizado la atención popular hacia la devoción mariana propuesta por los Carmelitas y han monopolizado, en cierto sentido, la visión espiritual que la Orden ha tenido del misterio de María, que es sin duda mucho más rica, más evangélica, más espiritual. La Orden desde el siglo XIV quiso celebrar con una fiesta especial, la Conmemoración de la Virgen María del Monte Carmelo, los beneficios recibidos por intercesión de nuestra Señora. Esta fiesta tenía a la vez el sentido de recordar la protección de María y de realizar la acción de gracias por parte de la Orden. En la elección de la fecha, como se sabe, influye la parcial aprobación de la Orden obtenida en el Concilio II de Lyon, el 17 de julio de 1274, cuando había estado en peligro la extinción de la Orden. Posteriormente, la fecha del 16 de julio fue considerada como el día tradicional de la aparición de la Virgen a San Simón Stock; de esta forma el recuerdo de la protección de la Virgen se concentró en el agradecimiento particular por lo que constituía la suma y compendio del amor de la Virgen para los Carmelitas: el don del Santo Escapulario y sus privilegios. c. Espiritualidad mariana de la Orden: María, modelo y Madre Una nota distintiva de la actitud de los Carmelitas hacia la Virgen María es el deseo de imitar sus virtudes dentro de la propia profesión religiosa. Ya el conocido teólogo carmelita Juan Baconthorp (1294-1348) había intentado hacer en su comentario a la Regla un paralelismo entre la vida del Carmelita y la vida de la Virgen María; se trata de un principio exegético de gran importancia porque centra la devoción en la imitación. Otro gran teólogo, Arnoldo Bostio (1445-1499), ha cantado en su obra acerca del Patronazgo mariano sobre la Orden, el sentido de intimidad con la Virgen, la especial filiación del carmelita, la comunión de bienes con la Madre, el sentido de la "hermandad" con Ella. El Beato Bautista Mantuano (1447-1516) es un cantor eximio de la Virgen en su producción poética. Como fieles intérpretes de la tradición carmelitana llevan a su esplendor el sentido de la intimidad con la Virgen y su conformación interior al misterio de María el P. Miguel de San Agustín (1621-1684) y su dirigida María de Santa Teresa (1623-1677). Aunque no es éste el lugar para desarrollar la doctrina de todos estos autores, hemos querido dejar constancia de una rica tradición doctrinal y espiritual del Carmelo que encontrará en los representantes del Carmelo Teresiano una digna continuidad y profundización de la espiritualidad mariana. d. Liturgia y devoción popular. Los Carmelitas han expresado su devoción y consagración a la Virgen especialmente por medio de la liturgia. Han erigido templos en su memoria y venerado su imagen. Los antiguos Rituales de la Orden, a partir del siglo XIII, muestran el fervor litúrgico del Carmelo en la celebración de las fiestas marianas de la Iglesia, con la aceptación de nuevas celebraciones; se trata de fiestas que en otros lugares y en otras Ordenes, no son acogidas con tanto fervor, como la fiesta de la Inmaculada Concepción. La fiesta de la Conmemoración Solemne de la Virgen del Monte Carmelo se convierte en la fiesta principal. El antiguo rito jerosolimitano, seguido por la Orden, reserva a María múltiples invocaciones en las horas canónicas, con antífonas marianas a final de cada hora y con una solemnización especial de la Salve Regina de Completas. En honor de la Virgen se celebran sus misas votivas y el nombre de María se introduce con frecuencia en los textos litúrgicos de la toma de hábito y de la profesión. Se puede decir que la liturgia carmelitana ha dejado una profunda huella de espíritu mariano en la tradición espiritual y ha plasmado interiormente la dedicación que la Orden profesaba a la Virgen Nuestra Señora. Junto a la liturgia florecen características prácticas de devoción popular de la Iglesia, como el Angelus y el Rosario, y otras propias de la Orden, unidas a la devoción del Escapulario.

jueves, 18 de junio de 2009

Isabel de la Trinidad: dejarse amar.

Beata Isabel de la Trinidad: dejarse amar.

“Amemos nuestras cruces. Son todas de oro, si se ven con los ojos del amor.” -Isabel de la Trinidad.


Conoce un poco de su vida:

Isabel desde muy pequeña sus rabietas eran para recordarse, pues a los
5 y 6 años no ocultaba sus enojos y sus ojos parecían provocar un incendio ante aquello que se opusiera a sus caprichos. Había nacido un 18 de julio de 1880, de padres muy pobres pero cristianos y trabajadores.
La vida de Isabel de la Trinidad no tiene especialmente nada de relevante a los ojos del mundo, pues no fue una escritora consagrada, no fundó ningún convento o camino en la Iglesia, sin embargo vivió siempre, y desde muy niña, abrazada a la cruz. Su mensaje es Cristo céntrico y nos invita a vivir la santidad en medio del mundo siendo dóciles a las mociones del Espíritu Santo.

Un poco más de ella.

Su personalidad desde muy niña era muy viva, alegre y orientada al logro, sin embargo en medio de todo ello, Isabel enseñaba ya a los cuatro años de edad a rezar a sus muñecas.

A los seis años el Padre Celestial le dio las primeras muestras de la predilección que tendría hacia su alma. Su entrañable abuelo Raimundo Rolland murió. Ocho meses más tarde llega un luto mucho más doloroso que el primero. La muerte de su “papaíto” de un ataque repentino al corazón hizo experimentar a la niña un profundo dolor y le ayudó a “ver” en medio de su inocencia la fragilidad de la vida y el significado oblativo que tendría el dolor más adelante en su vida. Sin embargo, no fue ese el momento de su gran encuentro con Cristo. La desaparición de estos dos hombres de su vida, la llevaron a apegarse mucho más a su madre y a su menor y única hermana, Guita.
La vida sigue Tras la muerte de su padre, su madre se ocupa de matricularla en el Conservatorio de Dijon en donde recibirá sus primeras clases de piano. Isabel practicaba largas horas con una “voluntad de hierro” hasta perfeccionar cada partitura.
Su primera confesión a los siete años provocó en ella una “conversión” que se vio reflejada en una disminución y lucha contra su propio temperamento colérico. Sus luchas ya a esa edad las vivía “dentro”. A los 11 años antes de hacer su primera comunión escribe: “…como espero que pronto tendré la dicha de hacer mi primera Comunión, seré todavía más buena, porque pediré a Dios que me haga todavía mejor”.

No tengo hambre. Jesús me ha alimentado.
El día 19 de abril de 1891 Isabel de la Trinidad fue arrebatada por el devorador amor de Jesucristo. Ese día después de recibirlo por primera vez en su corazón de niña, lloraba copiosamente de alegría y al salir de la Iglesia le dice a una amiga de la familia:“No tengo hambre. Jesús me ha alimentado”. Es a esta tierna edad que Isabel empieza a componer sus primeras poesías. Poesías que algunas veces están llenas de errores gramaticales ante la pobreza académica de su educación, ya que por su dedicación intensa al piano se fue dejando a un lado su educación académica.

Sus escritos “mueven” a la conversión, a amar a Dios Padre tiernamente y a hacerse solidarios con el mensaje de Jesucristo abrazando la propia cruz y amando el dolor. Cuando escribe lo hace con su alma y corazón mirando directamente a Jesús, a María o al Cielo. El 17 de agosto de 1894 con sólo 14 años escribe: ”Jesús, de ti está mi alma celosa, quiero ser pronto tu esposa, contigo quisiera sufrir y para verte morir.” Isabel por predilección divina había conocido y entendido el verdadero “ideal” de la vida y vivía su vida en la presencia de aquel a quien comenzó a llamar “Dios todo amor”.

Obedecer por amor.

A los trece años Isabel había manifestado a su madre su deseo por abrazar la vida religiosa, más ésta se opuso rotundamente. Isabel sólo quería hacer la voluntad del Padre y obedecía por este amor a su madre y llena de amor acepto esperar su entrada al Carmelo hasta cumplir los veintiún años. Empezó a ganar premios de piano debido a su notable talento musical. En los periódicos de época aparecían artículos sobre ella, acerca de la belleza de sus dedos largos y la sonoridad y verdadero sentimiento que imprimía en cada una de sus ejecuciones.
Su belleza física ya destacaba y era cortejada por los mejores partidos de la sociedad francesa. Vivía intensamente pues le gustaban los bailes, paseos por las montañas y le gustaba vestir elegantemente. Sin embargo su corazón estaba totalmente sumergido en Dios, había hecho una promesa de virginidad perpetua a los catorce años y sufría por no poder hacer la realidad su entrega total a la vida silenciosa y oculta tras las rejas de un claustro o su Carmelo querido.
A los diecisiete años, estando en el mundo ya no pertenece a él y decide comenzar una vida orientada hacia la santidad desde ese estado, haciendo lo que debe de hacer con la mayor naturalidad y sin ruidos, esforzándose por vivir las virtudes humanas de una manera extraordinaria. Entre estas virtudes destacan: su inmensa alegría, los finos detalles que tenía para su mamá y hermana y su compromiso y sentido profundo con la amistad. Gozaba de gran popularidad y era muy admirada y querida por todos ya que en su presencia nadie se sentía rechazado. Vivía pues, como cualquier joven de su edad mientras que al mismo tiempo a los 15 años escribía en una poesía a María Inmaculada: “Siempre con Él está mi corazón y día y noche pienso en Él —en este celestial divino Amigo— a quien probar quisiera su ternura.” Este pequeño verso revela ya la profunda unión que vivía con El Señor viviendo aún en casa de su madre y hermana.

Apostolado por medio de un estilo de vida.

Isabel se sentía llevada y atraída por la presencia de Dios y respondía con una generosidad sin límites. Estaba convencida que para tener total entrega a
Dios y al mensaje de Jesucristo no era necesario apartarse del mundo, aun confesando la felicidad de su vocación de carmelita, antes de entrar al mismo y por complacer a su madre se extendió sobre lo que constituye la riqueza común de todo cristiano, tanto en el monasterio como en la múltiple actividad en pleno mundo. Se esforzó por vivir de una manera extraordinaria las virtudes humanas y a los 19 años comenzó a recibir las primeras gracias místicas. Cuando por fin cumplió sus veintiún años y entró al Carmelo conservó muchas de sus amistades y las cultivó por medio de cartas en donde daba a cada una consejos para vivir una vida orientada al amor de Dios y la santidad poniendo amor en todo lo que se hacía, pues hasta en lo más pequeño e insignificante se podía ofrecer la vida constantemente a Dios.
En una de sus cartas escribe: “Es un privilegio de la mujer, tener un corazón compasivo. Dios ha puesto en ella tanta capacidad de entrega. La ha colocado en la tierra para enjugar las lágrimas, aliviar todas las penas y permanecer firme al pie de la cruz. Nosotras las mujeres deberíamos ser la alegría de nuestros padres. Y toda aquella que se convierte en madre debe “atender”a aquellos que Dios les ha confiado. Entregaos, pide... Dios ha puesto en vuestro corazón tantos tesoros de abnegación. Si Dios os pide para Él vuestros hijos o vuestras hijas, ¡ah!, sabed sacrificárselos sin dudar; sabed ser heroicas...

Su fidelidad a la gracia y a María.

Isabel de la Trinidad además de vivir las virtudes humanas, vivía las virtudes sobrenaturales. Era alma de oración y unión filial; la eucaristía era para ella su alimento diario así como su amor a la Santísima Virgen María. Renovaba su consagración a la Santa Virgen una y otra vez, pues estaba segura que Ella lo podía todo.
Así le rezaba: “Oh María, tú, a quien rezo cada día para obtener la humildad, ven en mi ayuda, quiebra mi orgullo, mándame muchas humillaciones, Madre querida.”
¿Quieres progresar en la vida espiritual amiga mía? Pues entonces lee y práctica las virtudes de esta gran mujer de la Iglesia. Descubre la bondad, dulzura y generosidad oculta que hay en tu corazón cuando te haces niña. Cuando por conocer a Jesucristo vuelves a hacerte inocente. Isabel de la Trinidad hizo todo esto y cuando estaba a punto de ingresar a la casa del Padre, después de una penosa y larga enfermedad de tuberculosis que la consumió enteramente éstas fueron sus palabras:“voy a la luz, al amor, a la VIDA”.

sábado, 13 de junio de 2009

Regla de la Orden Carmelita Seglar

Regla de la Orden Carmelita Seglarde la Bienaventurada Virgen María del Monte CarmeloTercera Orden Carmelita

Prólogo
«Muchas veces y de diversos modos»[1] el Señor ha inspirado, a través de la experiencia de vida de los religiosos, diversas formas de espiritualidad entre los laicos, ricas y atrayentes. El Carmelo constituye, desde hace siglos, una vía privilegiada y segura de santidad para muchos laicos[2]. La Regla de S. Alberto es como una fuente de la cual brota el río del carisma. Los valores manifestados en ella han sido traducidos en formas siempre nuevas y aptas, a fin de que los laicos de distintos tiempos y lugares puedan encarnar también, de modo concreto, el carisma del Carmelo, así como vivir su espiritualidad en las formas que les son propias[3].
Parte I: Espiritualidad y CarismaVocación a la santidad

1. Dios ha querido darse a conocer, se ha revelado, implicando a la humanidad en un diálogo tejido de amor y de misericordia[4]. Nos ha hecho conocer su deseo de comunión, llamando a hombres y a mujeres a participar en su vida. Este proyecto se cumple, por medio del Espíritu Santo, en Cristo, Palabra definitiva y suprema del Padre[5], fuera de la cual, Dios no tiene nada más que revelar. Dios invisible, a través de Jesucristo, nacido de María, habla a los hombres como a amigos y dialoga con ellos para admitirlos a la comunión consigo mismo y hacerlos hermanos entre sí, con vistas a la unidad en su Reino de todo el género humano.[6] Los seres humanos son injertados en la vida divina por el sacramento del bautismo y llegan a ser, por el Espíritu Santo, hijos adoptivos del Padre y hermanos de Cristo[7], capaces de formar parte de la inmensa asamblea fraterna de la Iglesia, pueblo de Dios, "sacramento, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano."[8]

2. Por eso, todos los fieles de cualquier estado o condición están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad: por esta santidad se promueve, incluso, en la sociedad terrena un modo de vida más humano.[9] Los consejos que Jesús propone a sus discípulos en el Evangelio hacen posible un camino de santidad y de transformación para el mundo, según el espíritu de las Bienaventuranzas. Estos se viven de distintos modos en las diversas formas estables de vida, suscitadas por el Espíritu Santo y aprobadas por la Iglesia.

3. En el cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, el mismo y único Espíritu ha suscitado de diversas formas una variedad de dones y carismas, como aquellos de las distintas familias religiosas, los cuales ofrecen a sus miembros las ventajas de una mayor estabilidad en el modo de vivir y una doctrina confirmada por la experiencia y la vida de personas santas, a fin de que puedan alcanzar la perfección evangélica en comunión fraterna, en el servicio de Cristo y en una libertad fortalecida por la obediencia[10].

4. Algunos laicos participan en el carisma de las familias religiosas, patrimonio común del pueblo de Dios, por medio de una vocación y por una llamada particular, que se convierte para ellos en una fuente de energía y en una escuela de vida. La misma Iglesia los aprueba y los anima a ello, invitándolos a esforzarse para asimilar fielmente las características de la espiritualidad propia de dichas familias[11].Tercera Orden Carmelita Seglar

5. La Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo surgió, hacia finales del siglo XII y principio del XIII, de un grupo de hombres que, atraídos por el reclamo evangélico de los Santos Lugares, se “consagraron a Aquel que había derramado allí su Sangre”[12] por medio de una vida de penitencia y de oración. Se establecieron en el Monte Carmelo, junto a la Fuente de Elías, y recibieron, a petición de ellos, una Forma de vida de Alberto, Patriarca de Jerusalén(1206-1214), que los constituyó en una única comunidad de eremitas, en torno a un oratorio dedicado a María. Tras la confirmación por parte de Honorio III (1226) y de Gregorio IX (1229), Inocencio IV (1247) completó su camino fundacional y, con algunas modificaciones de la Forma de vida, los incluyó entre las nacientes Ordenes de Fraternidad Apostólica (Mendicantes), invitándolos a que unieran a la vida contemplativa, la solicitud por la salvación del prójimo.

6. Una vez establecidos en Europa, los frailes acogieron a seglares junto a sus conventos, los cuales fueron considerados, en cierto modo, como carmelitas. Se llamaban “oblatos” o “donados”, porque donaban sus bienes al convento, del cual luego dependían para su propio sustento. La mayor parte de ellos, al ser mujeres, necesitaban tener casas propias. Se llamaban también “mantelados” porque llevaban un hábito semejante al de los frailes.

7. Con el tiempo, estos seglares fueron organizados en grupos homogéneos, con obligaciones semejantes a las de los frailes. La primera aprobación jurídica eclesiástica fue en virtud de la Bula Pontificia «Cum nulla», dada por el Papa Nicolás V el 7 de octubre de 1452. Dicha bula puso las bases – a través de varias etapas de desarrollo – de la Segunda y Tercera Orden. La bula autoriza a los superiores de la Orden a dirigir a grupos diversos de mujeres y a determinarles el género de vida. La concesión contenida en la bula «Cum nulla» se hizo más explícita, posteriormente, con la bula «Dum attenta» de Sixto IV, del 28 de noviembre de 1476. Estos dos documentos pontificios son la base de la estructura actual de la Familia Carmelita.

8. La bula «Cum nulla» reconoció la existencia de distintos grupos, con votos solemnes o con votos simples. Algunas de estas mujeres, que podían vivir solas fuera del convento, fueron identificándose gradualmente como el tercer grupo de la Familia Carmelita y, por lo tanto, comenzaron a ser llamadas “terciarias”. El Papa Sixto IV permitió a la Orden del Carmen, en el año 1476, que pudiera organizar los distintos grupos laicales, como ya lo hacían las Terceras Ordenes de las Ordenes Mendicantes.

9. Al mismo tiempo surgieron cofradías que solicitaban poder gozar de los privilegios del Escapulario. El Prior General, Teodoro Straccio (1632 – 1642), trató de aclarar la situación estableciendo una Tercera Orden de los “continentes” [13] en la cual, los hermanos y hermanas emitían los votos de obediencia y de castidad según el propio estado, mientras que los demás seglares se podían afiliar a las cofradías del Escapulario.

10. Durante los siglos XIX y XX se trató de favorecer el aspecto “seglar” de los terciarios. Esta dimensión ha alcanzado su cima con la Regla aprobada después del Concilio Vaticano II. La misión a la que los terciarios están llamados, hoy, es la de iluminar y dar el justo valor a todas las realidades temporales, de manera, que sean realizadas según los valores proclamados por Cristo y sirvan para alabanza del Creador, del Redentor y del Santificador[14], en un mundo tan secularizado, que parece que vive y actúa como si Dios no existiese. De ellos se espera un implicación en la nueva evangelización, que tanto preocupa a la Iglesia entera: esto es, que traten de superar en sí mismos la ruptura entre el Evangelio y la vida. Hagan, pues, todo el esfuerzo posible, en medio de su multiforme actividad diaria, en la familia, en el trabajo, en la sociedad, para que se pueda restablecer la unidad entre una vida que halla en el Evangelio su inspiración y la fuerza que la realiza en plenitud[15]. Vínculos con el Carmelo

11. Los miembros de la Tercera Orden reconocen al Prior General como padre espiritual, así como cabeza y vínculo de la unidad; ellos reciben de la Orden la dirección y el empuje dirigidos a promover, estimular y favorecer la consecución de los fines de la Tercera Orden Carmelita[16] y también dándoles amplia autonomía de iniciativa y de dirección en cada una de las fraternidades, según sus propios Estatutos[17]. Son los terciarios los que han de elegir a sus propios dirigentes, asistidos espiritualmente y ayudados por el servicio paterno de algún sacerdote, carmelita o no, o también de algún religioso o religiosa carmelitas.

12. El vínculo fundamental del terciario con el Carmelo es la profesión. Este compromiso se expresa con una adecuada forma de promesa, o en otros casos, como es costumbre según nuestra antigua tradición, con la emisión de los votos de obediencia y castidad según las obligaciones del propio estado. De esta forma, el terciario se consagra más profundamente a Dios, a fin de poder ofrecerle un culto más intenso. Con la profesión, de hecho, el terciario trata de intensificar las promesas bautismales de amar a Dios por encima de todas las cosas y de renunciar a Satanás y a sus seducciones. La originalidad de esta profesión se halla en los medios que se eligen para alcanzar la plena conformidad con Cristo. Más aún, el carmelita sabe que se presenta ante el Señor con las manos vacías, pero deposita todo su amor confiado en Cristo Jesús, que se convierte para él en su santidad, en su justicia, en su amor, en su corona.[18] El núcleo central del mensaje de Jesús – amar a Dios con todo el ser y al prójimo como a sí mismo – exige del terciario una afirmación constante de la primacia de Dios[19], el rechazo categórico de servir a dos amos[20] y la elección primaria del amor hacia los demás, que le permita luchar contra toda forma de egoísmo[21] y de repliegue en sí mismo.

13. El espíritu de los consejos evangélicos, común a todo cristiano, se convierte para el terciario en un programa de vida que abarca el sector del poder, de la sensualidad y de los bienes económicos. Son un imperativo para no servir a falsos ídolos y conseguir la libertad para amar a Dios y al prójimo por encima de todo egoísmo. La santidad, de hecho, consiste en este doble precepto.

14. El terciario asume, mediante la profesión, el compromiso de vivir radicalmente el Evangelio en la condición de vida que le es propia. Al terciario se le concede la libertad de poder emitir la profesión de dos maneras: sin los votos, con el sólo compromiso de profesar esta Regla; o con los votos. Los terciarios que emiten los votos están llamados a la obediencia a los superiores de la Orden y a su Asistente espiritual, en todo lo que se le mande en virtud de la Regla y ordenado a su vida espiritual. Con el voto de castidad, se comprometen a vivir esta virtud, según las obligaciones propias de su estado.

15. Los terciarios reconocen a los carmelitas consagrados en la vida religiosa, como guías válidos para su vida espiritual. Son estos los que los acompañan en el camino, a fin de que ellos puedan llegar a ser contemplativos y activos en un mundo cada vez más complejo y exigente que, al mismo tiempo, busca ávidamente los valores del espíritu. Por lo tanto, los laicos deben ser acompañados para que puedan vivir el carisma del Carmelo en espíritu y en verdad, abiertos a la obra del Espíritu Santo, y tendiendo a una plena participación y comunión en el carisma y en la espiritualidad del Carmelo, a través de una nueva lectura carismática de su propia secularidad y con una plena corresponsabilidad en la misión evangelizadora y en los apostolados específicos del Carmelo. De este modo los terciarios carmelitas seglares llegan a ser, de manera efectiva y con pleno derecho, miembros de la Familia Carmelita[22].

16. Los carmelitas y las carmelitas que están consagrados en la vida religiosa, reconocen las ventajas espirituales y la riqueza que se derivan para toda la entera familia del Carmelo de los laicos que, bajo la inspiración del Espíritu Santo y con una respuesta a una llamada particular de Dios, libre y deliberadamente, prometen vivir el Evangelio según el espíritu del Carmelo. De hecho, su participación puede aportar, como muchas experiencias pasadas nos enseñan, fecundas profundizaciones en algunos aspectos del carisma, renovándolos e impulsando a nuevos dinamismos apostólicos, mediante la “preciosa contribución de su secularidad y del servicio específico”.[23]Vocación particular del laico carmelita

17. La vida espiritual - o vida según el Espíritu – recibe su orientación de la iniciativa del Padre que da a todo hombre o mujer, mediante el Hijo y en el Espíritu Santo, su vida y su santidad, llamándolos a vivir en una relación misteriosa de comunión con las Personas de la Santísima Trinidad. Dios viene en busca de la persona, la atrae hacia Él y hacia su Hijo[24]; el Espíritu la impulsa a volverse hacia El, a escuchar su voz, a acoger la Palabra, a abrirse a su acción transformante. La búsqueda de Dios en un laico carmelita, su obediencia a la soberanía de Cristo, es una respuesta a su voz, en un amigable diálogo establecido por la Palabra hecha carne con cada uno, al cual es impulsado por el Espíritu Santo[25]. La subida ascética de un terciario carmelita comienza con el acto de fe, que le permite acoger a Jesús y a su acontecimiento Pascual como el sentido de su vida, recibir de Él sus líneas de conducta y hacer de Él su centro, en vez de ponerlo en sí mismo. Arraigados en el amor misericordioso de Dios, los laicos carmelitas se disponen a la subida del Monte Carmelo, cuya cima es Cristo Jesús[26].

18. La subida del Monte de un laico implica, en primer lugar, seguir a Jesucristo con todo el ser y servirlo “fielmente con corazón puro y buena conciencia”[27]. El espíritu de Jesús debería penetrar de tal manera su persona, que pudiera repetir con San Pablo “no soy yo quien vivo, sino que es Cristo quien vive en mí”[28], de tal modo, que todo su obrar sea “en su Palabra”[29].

19. Jesucristo debe convertirse, progresivamente, en la Persona más importante de su existencia. Esto comporta una relación personal, ardiente, afectuosa, constante con Él. Dicha relación, alimentada por la Eucaristía, la vida litúrgica, la Sagrada Escritura, la oración en sus diversas formas, incita al terciario a reconocer a Jesucristo en el prójimo y en los acontecimientos diarios y lo impulsa a testimoniar, por los caminos del mundo, la eficacia de su presencia.

20. La llamada del Padre a seguir a Cristo, gracias a la obra vivificante del Espíritu Santo, se realiza en la plena pertenencia a la Iglesia. Por el sacramento del bautismo, que nos hace a cada uno miembros del Cuerpo Místico de Jesús, el terciario recibe la llamada a la santidad. Su mayor dignidad consiste en poder gozar de la vida divina y del amor de Dios, derramado en su corazón a través del Espíritu[30]. Así, junto con los otros hombres, según la vocación y los dones de cada uno, puede contribuir a la obra grandiosa de la edificación del único Cuerpo de Cristo[31].

21. La naturaleza humana, débil y limitada a causa de sus miserias, se deja guiar así por la acción divina y abraza una vida de conversión, cada vez más profunda. La conversión comporta una nueva y radical orientación hacia una transformación progresiva, la cual implica a la persona en toda la vida y a cualquier nivel. Los terciarios, guiados por el Espíritu, tratan de superar los obstáculos puestos en su camino y tratan de mantenerse lejos de todo lo que pueda hacerles desviar de su subida hacia la cima. Por otra parte, admitiendo posibles limitaciones y resistencias, se comprometen a emprender, sin hesitación y sin distorsiones, un camino gradual hacia los ideales elegidos[32].

22. La “subida del Monte” implica la experiencia del desierto, en el cual, la llama viva del amor de Dios obra una transformación que hace apartarse al laico carmelita de todo, purificando, incluso, la imagen que se ha formado de Dios. Cuando se reviste de Cristo, es cuando comienza a aparecer como su imagen viva, hecho en El una nueva criatura.

23. Esta transformación gradual hace capaz al terciario de discernir los signos de los tiempos y la presencia de Dios en la historia, fortaleciendo el sentido de hermandad y el de un compromiso serio y decidido en favor de la transformación del mundo.Participación en la misión de Jesús

24. Los laicos carmelitas son partícipes por el bautismo de la misión de Jesucristo y la continúan en la Iglesia, llegando a ser de esta forma como “una humanidad suplementaria»[33] que se transforma en “alabanza de su gloria»[34]. A los laicos se les reconoce “una participación propia y absolutamente necesaria” en esta misión[35].

25. Los laicos carmelitas están llamados a la edificación de la comunidad eclesial en virtud del sacerdocio bautismal y de los carismas recibidos,[36] participando “responsable, consciente y fructuosamente” en la vida litúrgica de la comunidad[37] y comprometiéndose a que la celebración se prolongue en su vida concreta. Se podría decir que los frutos de su encuentro con Dios se manifiestan en todas la actividades, en las oraciones, en las iniciativas apostólicas, incluso en la vida conyugal y familiar, en el trabajo diario, en el reposo espiritual y corporal y, por último, hasta en las mismas pruebas de la vida, si son llevada con paciencia[38] y – como nos enseñan los santos del Carmelo – acogidas con gratitud.

26. Por la participación en el ministerio profético de Cristo y de la Iglesia, el terciario se compromete también, en medio de su labor profesional y de las actividades seculares[39], a asimilar el Evangelio en la fe y a anunciarlo con las obras. Su compromiso llega hasta el punto de no dudar en denunciar el mal con valentía[40]. Está llamado, además, a participar tanto del sentido de la fe sobrenatural de la Iglesia, que no se equivoca al creer[41], como de la gracia de la palabra[42].

27. Por su pertenencia a Cristo, Señor y Rey del universo, participa en su ministerio real por el cual está llamado al servicio del Reino de Dios y a su difusión en la historia. La realeza de Cristo implica, ante todo, un combate espiritual para poder vencer en nosotros la tiranía del pecado[43]. Mediante el don de nosotros mismos, nos empeñamos en servir a Jesucristo presente en todos los hermanos y hermanas y sobre todo en los más pequeños[44] y marginados, a través de la justicia y de la caridad,. Esto quiere decir que hay que dar a la creación todo su valor original. El terciario participa en el ministerio del poder real con el cual Jesús Resucitado atrae hacía sí todas las cosas, haciendo que la creación se oriente al verdadero bien de la humanidad a través de una actividad sostenida por la gracia[45]. Nota de secularidad

28. “Todos los carmelitas se encuentran en medio del mundo, pero la vocación del laico es la de transformar el mundo secular.”[46] Los terciarios, pues, en cuanto laicos comprometidos, se caracterizan por esta nota de secularidad, por la que están llamados a tratar correctamente de las cosas del mundo y a ordenarlas según Dios. Viven su vida en el siglo, en medio del pueblo, dedicados a las ocupaciones y a los oficios del mundo, en medio de las condiciones y vicisitudes ordinarias de la familia y de la sociedad. Están, pues, invitados por Dios a contribuir a la santificación del mundo, comprometiéndose en su trabajo con el espíritu del Evangelio y animados y guiados por la espiritualidad carmelita. Su vocación es la de iluminar y la de ordenar las actividades del mundo para que cumplan su fin, según Cristo, y así puedan ser alabanza de la gloria del Creador[47].

29. No debería existir conflicto entre el bienestar temporal y la realización del Reino de Dios, pues el orden natural y el espiritual provienen de Dios. Sin embargo, existe el peligro de hacer mal uso de los bienes temporales. Por lo tanto, también ellos desean conseguir el ideal de hacer que los descubrimientos de la ciencia y de la técnica sean dirigidos a mejorar la situación material y espiritual de la vida humana[48].Participación en el carisma de la Orden

30. La Orden del Carmen está presente en la Iglesia a través de los frailes, de las monjas de clausura, de las religiosas de vida activa y de los laicos; todos participan de modo diverso y gradual en el carisma y en la espiritualidad propia de la Orden. Los laicos también pueden ser partícipes de la misma llamada a la santidad y a la misión del Carmelo[49]. La Orden, al reconocer su vocación, los acoge, los organiza en las distintas formas y modalidades que les son propias, les comunica las riquezas de su espiritualidad y tradición, haciéndolos partícipes, además de esto, de todos los beneficios espirituales y de las buenas obras realizadas por los miembros de la Familia Carmelita. La forma más completa y orgánica de agregación para los laicos está constituida por la profesión en la Tercera Orden Carmelita, por la cual se participa, según el modo propio y especifico de los laicos, en el carisma de la Orden. El Carmelo favorece la pertenencia de matrimonios, familias y jóvenes, que deseen conocer y vivir la espiritualidad carmelita, incluso, con formas nuevas[50], presentando a la Tercera Orden Carmelita como la forma estable y reconocida de agregación, que puede recibir nueva savia al confrontarse con dichas iniciativas. El carisma carmelita, experimentado desde hace siglos y en distintas culturas y tradiciones, ofrece una vía segura para alcanzar la santidad, entendida como “«medida alta» de la vida cristiana ordinaria”[51].

31. El Carmelo ha hecho explícito el propio carisma de una forma sintética, expresada en sus recientes documentos, haciéndose eco del camino abierto por el Concilio Vaticano II, en estos términos: “vivir en obsequio de Jesucristo en actitud contemplativa, que plasma y sostiene nuestra vida de oración, de fraternidad y de servicio”[52]. Reconocemos en la Virgen María y en el Profeta Elías los modelos inspiradores y ejemplares de esta experiencia de fe, guías seguros para los arduos senderos que llevan hasta la “cima del monte, Cristo Señor”[53].La dimensión contemplativa de la vida

32. Los laicos carmelitas están también llamados a vivir en la presencia del Dios vivo y verdadero, que por medio de Cristo habitó con nosotros, buscando cualquier posibilidad y ocasión para llegar a la intimidad divina. Dejándose llevar por la acción del Espíritu Santo, los laicos carmelitas se dejan transformar en la mente y en el corazón, en la mirada y en los gestos. Toda su persona y su existencia se abren al reconocimiento de la acción atenta y llena de misericordia de Dios en la vida de cada uno. Se reconocen como hermanos y hermanas que están llamados a compartir el camino común hacia la plenitud de la santidad y a anunciar a todos que somos hijos del único Padre y hermanos en Jesucristo. Se dejan entusiasmar por las grandes obras que Dios realiza y por las cuales Él solicita su empeño y su contribución eficaz.

33. “En el Carmelo se les recuerda a los hombres, agobiados por tantas preocupaciones, que la prioridad se debe dar a la búsqueda “del Reino de Dios y su justicia” (Mt 6,33)[54]. Por lo tanto, en la familia, en el ambiente de trabajo y en la profesión, en las responsabilidades sociales y eclesiales que realizan, en las tareas de cada día, en las relaciones con los demás, los laicos carmelitas buscan la impronta escondida de Dios, la reconocen y hacen brotar la semilla de la salvación, según el espíritu de las bienaventuranzas, con el humilde y constante servicio, revestidos de las virtudes de prudencia, de espíritu de justicia, de sinceridad, de cortesía, de fortaleza de ánimo, sin las cuales no puede existir una vida humana y cristiana[55].María y Elías: presencia, inspiración y guía

34. Como María, la primera entre los humildes y entre los pobres del Señor, los laicos carmelitas se sienten llamados a ensalzar las maravillas realizadas por el Señor en sus propias vidas[56]; con Ella, imagen y primera floración de la Iglesia, aprenden a confrontar las vicisitudes que nos atormentan a menudo en la vida cotidiana con la Palabra de Dios,[57]. De Ella aprenden a acoger con disponibilidad la Palabra, a adherirse a ella plenamente. María, en la cual la Palabra se hizo carne y vida, les inculca la fidelidad a la misión, en la acción animada de la caridad, en el espíritu de servicio y en la cooperación real a la obra de la salvación[58]. Junto a María caminamos por los senderos de la historia, atentos a las auténticas necesidades humanas[59], siempre dispuestos a compartir con el Señor el sacrificio de la cruz y a experimentar con El la paz de la vida nueva[60]. María es miembro singular y eminente de la Iglesia, participó de modo propio y creciente en la única mediación entre Dios y los hombres realizada en Jesucristo, de la cual la Iglesia es hoy portadora y mediadora en la historia[61]. Los laicos carmelitas se dejan acompañar por María para poder asumir gradualmente la responsabilidad de cooperar en la obra de la salvación y de la comunicación de la gracia, propia de la Iglesia. En el Carmelo esto ha sido vivido tradicionalmente en forma de caridad materna, manifestada por María hacia el Carmelo. Los carmelitas sintiéndose amados por tan grande y tierna Madre, no podían sino amarla a su vez.[62] Tanto es así que, el ideal carmelita se realiza como un” abandono en Dios al calor maternal de la Bienaventurada Virgen”[63].

35. Los laicos carmelitas comparten además la pasión del profeta Elías por el Señor y por sus derechos, estando dispuestos a defender los derechos del hombre cuando sean pisoteados injustamente. Del profeta aprenden a dejarlo todo para adentrarse en el desierto y ser purificados y estar preparados para el encuentro con el Señor, para acoger su Palabra. Se sienten impulsados, como el Profeta, a promover la verdadera religiosidad contra los falsos ídolos. Con Elías, los laicos carmelitas aprenden a acoger la presencia del Señor, manifestada en el hombre con fuerza y dulzura, Él, que es el mismo ayer, hoy y siempre. Fortalecidos por esta presencia transformante y vivificadora, los laicos carmelitas son capaces de afrontar las realidades del mundo, seguros de que Dios tiene en sus manos el destino de cada uno y de la historia[64].Vida de oración

36. Los laicos carmelitas viven una intensa vida de oración centrada en el diálogo personal con el Señor, verdadero amigo de la humanidad. Como dice Santa Teresa de Jesús: “La oración... no es otra cosa, sino una relación de amistad... con Aquel que sabemos nos ama”[65]. La oración, personal y comunitaria, litúrgica e informal, constituye el tejido de una relación personal con Dios-Trinidad, que anima la entera existencia del laico carmelita. En la oración “lo esencial no es pensar mucho, sino amar mucho”[66] y, entonces, más que de hacer un ejercicio, se trata de una actitud que implica el reconocimiento de la mano de Dios, la disponibilidad para acoger el amor gratuito como un don – no habitual, sino actual - implica una conciencia cada vez más profunda de la acción de Dios que invade la entera existencia personal, como atestigua Santa Teresa de Lisieux. “La oración es vida, no es un oasis en el desierto de la vida”, decía el Beato Tito Brandsma[67]. Y Juan Pablo II afirma que, en el Carmelo “la oración se convierte en vida y la vida florece en la oración”[68].

37. La vida sacramental, centrada en la Eucaristía, constituye la fuente de la vida espiritual. Los laicos carmelitas están llamados a una intensa participación en los sacramentos: posiblemente se acerquen a diario al sacrifico del altar y al banquete de la vida, en el cual la Iglesia encuentra su plena riqueza “Cristo mismo, nuestra Pascua y nuestro Pan vivo”[69]; regularmente reciben el perdón de los pecados y la gracia para continuar el camino; si están casados, viven con intensidad y novedad cristiana la propia llamada a la santidad matrimonial.

38. La Liturgia de las Horas constituye, durante la jornada, el recuerdo de la gracia que dimana de la Eucaristía y alimenta el auténtico encuentro con Dios. Los laicos carmelitas pueden celebrar, según la condición de cada uno, los Laúdes matutinos, las Vísperas y las Completas. En lugares y en circunstancias concretas, tal vez, se puedan indicar otras eventuales formas de oración litúrgica. Inspirados en María, los laicos carmelitas desean actualizar la obra salvífica de Jesús en el espacio y en el tiempo a través de la celebración de los sagrados misterios. María nos invita a celebrar la liturgia con sus mismas disposiciones y actitudes: a poner en práctica la Palabra de Dios y meditarla con amor, a alabar a Dios con regocijo y a darle gracias con alegría, a servir a Dios y a los hermanos con generosidad hasta dar la vida por ellos, a orar al Señor con confianza y perseverancia y a esperar vigilantes su venida[70].

39. La liturgia no comprende la totalidad de la vida espiritual. El cristiano, aunque está llamado a la oración en común, debe entrar en su aposento para orar al Padre en secreto[71]; más aún, se siente impulsado a orar incesantemente según la enseñanza de Cristo[72], reafirmada por el Apóstol[73]. Los laicos carmelitas, según la constante tradición del Carmelo, cultivan en grado máximo la oración en sus distintas formas. Se tiene en gran consideración la escucha orante y obediente de la Palabra de Dios: la lectio divina transforma y llena la entera existencia del creyente. La oración mental, el ejercicio de la presencia de Dios, la oración aspirativa, la oración silenciosa, han encontrado siempre una gran acogida en la tradición carmelita, además de otras ocasionales prácticas de devoción.

40. Tengan los laicos en gran honor el santo Escapulario, símbolo del amor materno de María, la cual, al tomar la iniciativa, lleva en su corazón a los hermanos y hermanas carmelitas y suscita en ellos la imitación de sus más altas virtudes: caridad universal, amor a la oración, humildad, pureza, modestia[74]. Quien lleva el Escapulario está llamado a revestirse interiormente de Cristo, y así manifestar la presencia salvadora de Él para la Iglesia y para la humanidad[75]. El Escapulario, además de recordarnos la protección que María nos concede a través del entero arco de la existencia e, incluso, en el momento del tránsito final para que podamos conseguir plenamente la gloria, nos recuerda que la devoción mariana, más que un conjunto de prácticas, es un verdadero “hábito”, es decir, una orientación permanente de la propia vida cristiana”[76].

41. Reunidos por María, como los discípulos en el Cenáculo, también los laicos carmelitas se reúnen para alabar al Señor en sus misterios y en los de María: la piadosa práctica del Rosario puede ser una fuente inagotable de genuina espiritualidad que alimente la vida diaria[77].Fraternidad

42. Los laicos carmelitas, sostenidos por la gracia y guiados por el Espíritu que los anima a vivir la vida cristiana concreta siguiendo los inaccesibles senderos del Carmelo, se consideran hermanos y hermanas de todo aquel que se sienta llamado a compartir el mismo carisma: “Los laicos carmelitas pueden formar comunidad de muchos y diferentes modos: en su propias familias, en donde han de fundar la iglesia doméstica; en sus propias parroquias, donde oran a Dios en unión con los demás parroquianos y donde toman parte de las actividades comunitarias; en sus comunidades laicales carmelitas, en las cuales ellos encuentran la ayuda y el sostén para el camino espiritual; en sus lugares de trabajo y en su mismo ambiente de vida”[78]

43. La vida compartida de los laicos del Carmelo debe resplandecer por la sencillez y la autenticidad; cada fraternidad debe ser un hogar fraterno en el que cada uno se sienta como en la propia casa, esto es, acogido, conocido, apreciado, animado en el camino, corregido eventualmente con caridad y atención. Los laicos carmelitas se empeñan, por tanto, en colaborar con los demás miembros de la Familia Carmelita y con toda la Iglesia, para que ella realice su vocación misionera en cualquier situación y condición[79].

42. La fraternidad se refleja, también, externamente. Todo laico carmelita es como una chispa de amor fraterno arrojada en el bosque de la vida: debe ser capaz de prender en cualquiera que se le acerque. La vida familiar, el ambiente de trabajo o profesional, los ambientes eclesiales frecuentados por los laicos carmelitas, deben recibir de estos el ardor que nace de un corazón contemplativo, capaz de reconocer en cada uno los rasgos de la semejanza con el rostro de Dios. La comunidad de laicos carmelitas se convierte de este modo en un centro de vida auténticamente humana porque es auténticamente cristiana. Por experiencia se sabe que, cuando nos reconocemos como hermanos y hermanas, entonces nace la exigencia de involucrar a los otros en la aventura fascinante, humano-divina, de la construcción del Reino de Dios.

45. En un mundo cada vez más ligado por múltiples y complejos lazos, los laicos carmelitas pueden ser testigos de una auténtica universalidad, sabiendo valorar las riquezas y las capacidades de los demás, reconociéndose como parte de una familia internacional y apoyando todas las ocasiones que se ofrezcan para un encuentro y un intercambio fructífero entre los miembros de la Orden.Servicio

46. El fin de la Iglesia es difundir el Reino de Cristo sobre la tierra, a fin de que los hombres puedan ser partícipes de la salvación realizada en la Redención[80]. “Como todos los carmelitas, el laico carmelita está llamado de alguna forma al servicio, que es una parte integrante del carisma dado por Dios a la Orden”[81]. Santa Teresa del Niño Jesús descubrió esta dimensión de su ser carmelita cuando, leyendo la Escritura, descubrió que era “el Amor...en el corazón de la Iglesia”[82]: Para muchos terciarios esta será la contribución fundamental en la edificación del Reino. Es propio de los laicos vivir en el mundo y en medio de los negocios seculares y es allí donde están llamados a realizar la misión de la Iglesia y a ser fermento cristiano a través de las actividades temporales, en la cuales están profundamente inmersos[83]. Los fieles laicos no pueden, de hecho, renunciar a la participación en la “política”, o sea, en la múltiple y variada trama económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover, orgánica e institucionalmente, el bien común[84].

47. Santa María Magdalena de Pazzi nos recuerda que nadie puede saciar lícitamente la propia sed al contemplar a Cristo, sediento de almas por redimir, sin entregarse a ello a través de la oración y del apostolado, armónicamente unidos entre sí.[85] A los laicos carmelitas, dispuestos a testimoniar su fe con las obras, se les da fuerzas para atraer a los hombres a la fe en Dios, llegando a ser “alabanza de la gloria de Dios[86]. En momentos de turbación y de cambio, pueden ser un punto de referencia seguro para muchos. También el Profeta Elías, inmerso en un mundo con cambios profundos que impulsaban al pueblo, lleno de autosuficiencia, a abandonar al Dios verdadero, estuvo sostenido por la certeza de que Dios es más fuerte que cualquier crisis o peligro. Por eso, los laicos carmelitas, inmersos en un mundo cada vez más vacilante ante las cuestiones fundamentales que plantean nuevos problemas de fe, de moral o sociales[87], se empeñan en crear ocasiones propicias para anunciar a Cristo, volviendo a proponer el mensaje, siempre nuevo, del Señor de la vida y de la historia, único y seguro punto de referencia de toda existencia y de todo acontecimiento humano.

48. La experiencia del desierto, paradigmática en los acontecimientos del Profeta, se convierte en un paso obligado para los laicos carmelitas, llamados a ser purificados en el desierto de la vida y así poder encontrar al Señor auténticamente[88]. También ellos recorren la vía insustituible del desierto de la mortificación interior, a fin de poder adentrarse en la escucha del Señor que habla a sus corazones en las nuevas y desconcertantes manifestaciones de la vida del mundo, pero también con signos a veces difíciles de interpretar, o con la voz silenciosa y apenas perceptible del Espíritu. Ellos vuelven entusiasmados de este encuentro y se manifiestan como animadores incansables del ambiente en el cual están llamados a actuar. Impulsados por este encuentro, son capaces de anunciarlo como la única respuesta a las tentaciones, siempre posibles, de la negación de Dios, o de la autosuficiencia orgullosa. Sostenidos por el Espíritu Santo, los terciarios no se desaniman por los fracasos aparentes, por la escasa acogida, por la indiferencia o por los éxitos de aquellos que viven de un modo contrario al Evangelio.

49. Los laicos carmelitas comprenden y hacen patentes en sus vidas que, las actividades temporales y su mismo trabajo material, son participación en la obra siempre creadora y transformadora del Padre[89], verdadero servicio ofrecido a los hermanos y auténtica promoción del hombre[90]. Testigos en medio de un mundo que no percibe plenamente, o que rechaza totalmente, el íntimo y vital vínculo con Dios[91] en su realidad cotidiana, reconocen y comparten con simpatía las esperanzas y aspiraciones profundas del mismo, porque están llamados a ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”[92] y anuncian al pueblo la ciencia de la salvación[93].



Parte II: Estatutos generalesI. Estructuras: Características generales
50. La Tercera Orden Carmelita (TOC), o bien, Orden Carmelita Seglar (OCS), es una asociación pública [94] de laicos de carácter internacional, erigida por privilegio apostólico[95], con el fin de tender a la perfección cristiana y dedicarse al apostolado[96], al menos ofreciendo su oración y su sacrificio por las necesidades de la Iglesia, participando en medio del mundo del carisma de la Orden del Carmen, que se propone realizar la vida según el Evangelio con el espíritu de la Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, bajo la suprema dirección de la misma Orden[97].

51. La Orden del Carmen se siente enriquecida por los fieles que, bajo la inspiración del Espíritu Santo, y respondiendo a una llamada particular de Dios, prometen vivir su vida de acuerdo con las normas del Evangelio, libre y deliberadamente, según el espíritu del Carmelo. La Tercera Orden Carmelita, así como las distintas formas del Laicado carmelita, influye de una manera propia en la estructura y en el espíritu de toda la Familia Carmelita. La Orden se compromete a ayudarles a alcanzar el fin que se han fijado: sanar y desarrollar la sociedad humana con la levadura del Evangelio[98].

52. La Tercera Orden Carmelita, o bien, la Orden Carmelita Seglar, junto con otros grupos comunitarios de personas que se inspiran en la Regla del Carmelo, en su tradición y en los valores expresados en su espiritualidad carmelita, constituyen en la Iglesia la Familia Carmelita[99].

53. Al Prior General de la Orden del Carmen, como padre espiritual, cabeza y vínculo de unidad de toda la Familia Carmelita, compete el asegurar eficazmente el bien espiritual de la Tercera Orden y promover el incremento y vitalidad de la misma[100] por medio de un Delegado General para el laicado carmelita[101].Vida en fraternidad

54. La Tercera Orden se compone de grupos, que podemos llamar fraternidades carmelitas seglares, regidas por los mismos seglares, según las normas de esta Regla y de los Estatutos de cada fraternidad, bajo la dirección suprema de los Superiores de la Orden o de sus delegados[102].

55. Algunos miembros de la Tercera Orden Carmelita, según la antigua tradición, están llamados a vivir en una fraternidad organizada con Estatutos particulares.

56. Las fraternidades son erigidas canónicamente por el Prior General con el consentimiento de su Consejo, previo consentimiento escrito del Prior Provincial o del Obispo Diocesano. Sin embargo, el permiso dado por el Obispo diocesano para la erección de una casa de la Orden, lleva consigo también la facultad para erigir una fraternidad de la Tercera Orden, en la misma casa o en la iglesia anexa[103].Atención espiritual

57. Con el fin de favorecer que los laicos carmelitas se inserten cada vez más en la Orden y en la Iglesia, el Consejo General[104] y, de modo particular, los Priores Provinciales, personalmente o a través de sus delegados, según esté previsto en los Estatutos de cada Provincia, son los que atenderán espiritualmente a la Tercera Orden[105]. Pongan especial solicitud para que cada una de las fraternidades de la Tercera Orden que se hallen en el ámbito de sus respectivas competencias, estén penetradas del espíritu genuino del espíritu del Carmelo[106] y cuiden para que los miembros de la Tercera Orden, en el desarrollo de su actividad, sean fieles a los principios y directivas de la Orden. Procuren también que cada una de las fraternidades presten su ayuda en las actividades apostólicas de la Diócesis en la cual están erigidas, actuando bajo la dirección del Ordinario del lugar, junto con las demás asociaciones de fieles orientadas a la misma finalidad, en el territorio de dicha diócesis[107].

58. Los Asistentes espirituales serán, generalmente, sacerdotes de la Orden. Cuando no sea posible nombrar dicho Asistente para la fraternidad, el servicio para la asistencia espiritual puede ser confiado a un religioso o religiosa de una comunidad perteneciente a la Orden, a bien a otros sacerdotes, preferentemente miembros de la Tercera Orden y capaces de desarrollar esta misión de acuerdo con el espíritu carmelita. Los Asistentes serán nombrados por el Prior General o por el Prior Provincial, después de haber oído a los oficiales mayores de cada fraternidad [108], por un tiempo determinado de cinco años, renovables [109]. Si se trata de un sacerdote que no es carmelita, hace falta el beneplácito de su Ordinario.Gobierno

59. El Órgano supremo de gobierno es la Asamblea General de la asociación, o bien de la fraternidad, formada por todos los miembros. Los Estatutos respectivos establecerán las competencias y el modo de actuar de la Asamblea.

60. Cada fraternidad estará dirigida por un Consejo. Dicho Consejo estará compuesto por el Asistente espiritual, por el Moderador (o Responsable) y por dos o más Consejeros (no más de cuatro), según el número de miembros que compongan la fraternidad y por cuanto esté establecido en los Estatutos locales. El responsable de la Formación también forma parte del Consejo.

61. Al Consejo compete, especialmente al Moderador, con la ayuda del Asistente espiritual, hacer todo lo que esté en su poder para promover los intereses de la fraternidad, a fin de que los miembros de la misma puedan responder del mejor modo a su vocación de laicos comprometidos en la construcción del Reino de Cristo, en sí mismos y en el mundo, según el espíritu y el carisma del Carmelo, al cual han sido llamados por el Espíritu, que distribuye los dones según su voluntad.[110] Esta tarea ha de desarrollarse con espíritu de servicio evangélico, evitando cualquier forma de poder despótico.Elección de los oficiales

62. Los miembros del Consejo, excepto el Asistente espiritual, son elegidos por la Asamblea General de la fraternidad para un trienio. El Moderador necesita la confirmación del Prior General o del Prior Provincial[111].

63. Las elecciones de los miembros del Consejo serán presididas por el Asistente espiritual y se desarrollarán según el modo establecido por los Estatutos locales, respetando las normas establecidas por el derecho común de la Iglesia[112].

64. El Consejo designa a su vez al Secretario, al Tesorero y a otros eventuales cargos, según las necesidades y el número de miembros de la fraternidad. Los Estatutos locales determinarán las funciones de los distintos oficiales mayores, sus tareas y sus atribuciones; si está previsto por los mismos Estatutos, el Secretario y el Tesorero formarán parte del Consejo.

65. En circunstancias especiales, si lo exigieran graves motivos, la autoridad eclesiástica, esto es, el Prior General o el Provincial, puede designar un Comisario, que en su nombre dirija temporalmente la fraternidad[113].

66. El Moderador puede ser destituido, por justa causa, por quien lo ha confirmado, después de haber oído el parecer, tanto del mismo Moderador, como de los oficiales mayores de la fraternidad comunidad, según las normas de los Estatutos. El Asistente espiritual también puede ser destituido por quien fue nombrado, por una causa grave, a tenor de los cánones 192-195, observando las mismas condiciones[114].Administración de bienes

67. Tanto la Tercera Orden Carmelita en cuanto tal, como cada una de las fraternidades de terciarios del Carmelo constituidas canónicamente, adquieren la personalidad jurídica con el decreto de erección, según las normas del Derecho canónico, y reciben la misión para los fines que se proponen alcanzar en nombre de la Iglesia, como está prescrito,[115].

68. La Tercera Orden Carmelita, así como cada una de las fraternidades, en cuanto personas jurídicas públicas, son sujetos capaces de adquirir, poseer, administrar y enajenar bienes temporales a tenor del Derecho canónico[116]; todos sus bienes, son bienes eclesiásticos y se rigen por el derecho común de la Iglesia, así como por los propios Estatutos[117], que en sintonía con el derecho citado, deben determinar el modo de administrar los mismos.

69. Los Estatutos de cada una de las fraternidades deberán prever a quién corresponde la administración de los bienes. Esta persona puede realizar todos los actos de administración ordinaria. Para realizar actos de administración extraordinaria es necesario:a) la autorización del Prior General de la Orden del Carmen con el consentimiento de su Consejo,b) así como la licencia de la Santa Sede para aquellos actos cuyo valor supere la suma fijada por la Santa Sede o tenga por objeto, bienes de valor artístico, histórico o donados a la Iglesia “ex voto”.[118]

70. Tanto el patrimonio de la Tercera Orden, como el de cada una de las fraternidades, está constituido por los bienes muebles e inmuebles que les han llegado de modos diversos y, en particular, por las aportaciones hechas a los miembros individualmente o por bienhechores, por los ingresos de las actividades desarrolladas, por limosnas, donaciones, herencias, legados y adquisiciones, dirigidas a la misma.Extinción y supresión

71. Una fraternidad puede ser suprimida, por causas graves, por el Prior General con consentimiento de su Consejo, previa consulta al Prior Provincial y a los oficiales mayores de la fraternidad. Los Estatutos locales establecerán el procedimiento de la eventual extinción, de otro modo regirán las normas del derecho común.[119] Es necesario hacer siempre una consulta previa a las autoridades competentes de la Orden.

72. En caso de supresión o extinción de una fraternidad de la Tercera Orden, los bienes y derechos patrimoniales e, igualmente las cargas económicas de la fraternidad suprimida o extinguida, pasan a la inmediata persona jurídica superior y, si ésta no existe, a la Provincia de la Orden en cuyo ámbito se encuentra la misma; si la fraternidad se encuentra, por el contrario, fuera de cualquier Provincia, los bienes y derechos patrimoniales pasan a la misma Orden[120]. Derecho propio y su interpretación

73. Las fraternidades de terciarios se rigen por esta Regla, aprobada por la Santa Sede; no obstante esto, es aconsejable que, tanto a nivel nacional, como provincial o local, se redacten Estatutos particulares en los cuales estén reflejados los aspectos propios del lugar. Los mismos han de ser aprobados por la autoridad competente de la Orden[121], es decir, por el Prior General o el por el Prior Provincial, con el consentimiento de los respectivos Consejos, según cuanto esté establecido en los Estatutos.

74. Es loable, para una mutua colaboración entre las diversas fraternidades, la institución de Consejos a distintos niveles: regionales, nacionales e internacionales. Estos se regirán por Estatutos propios aprobados por la autoridad competente de la Orden.’

75. La autoridad competente para interpretar auténticamente las normas de esta Regla es la Santa Sede. El Prior General de la Orden, con el consentimiento de su Consejo, puede dar una interpretación práctica cada vez que esto sea necesario.

II. Pertenencia y formaciónAdmisión

76. Pueden formar parte de la Tercera Orden Carmelita aquellas personas que cumplan las condiciones siguientes: profesen la fe católica, vivan en comunión con la Iglesia, tengan buena conducta moral[122], acepten esta Regla y deseen vivir y obrar según el espíritu del Carmelo. Los sacerdotes diocesanos pueden ser miembros de la Tercera Orden Carmelita y participar en ella con pleno derecho, menos en el aspecto laical, por la razón y medida que dicha característica no es compatible con el estado clerical.

77. Aquellos que solicitan el ingreso serán admitidos en la Tercera Orden y adscritos a una fraternidad por el Asistente de la misma o por el Prior Provincial del cual depende, o por el Prior General o por su Delegado, con el consentimiento de sus respectivos Consejos, salvo el n. 82.

78. Aquellos que vivan lejos de una fraternidad y no puedan participar en la vida de la misma, pueden ser admitidos en la Tercera Orden por razones particulares, aún cuando no estén adscritos a una fraternidad determinada, con tal que, salvo las normas concernientes a la admisión y profesión, vivan según la Regla de la Tercera Orden del Carmelo y bajo la dirección de los superiores o del propio confesor. No obstante, se recomienda un contacto frecuente con el Asistente de la fraternidad más cercana. Los respectivos Estatutos establecerán lo relativo a su formación, tanto inicial como permanente.

79. Los candidatos a la Tercera Orden Carmelita deberán ser católicos practicantes, tener al menos 18 años de edad, si los Estatutos no determinan otra cosa, y presentar una carta de recomendación del párroco o de otro sacerdote que los conozca; nada impide que pertenezcan a otra Tercera Orden o a otras Asociaciones[123], si los Estatutos no determinan otra cosa. Formación

80. Después de un adecuado período de discernimiento establecido por los Estatutos, los candidatos sarán admitidos al período de formación espiritual, a tenor de los mismos Estatutos.

81. Dicho período de formación inicial durará un año, al menos, durante el cual los candidatos estudiarán y vivirán la Regla de la Tercera Orden, conocerán la espiritualidad y la historia carmelitas, así como las grandes figuras de la Orden, bajo la guía del responsable de la formación, el cual, junto con todo el Consejo, tendrá la responsabilidad de asegurar una instrucción suficiente, recurriendo a los medios y a las personas oportunas.

82. Al término de dicha preparación, el Consejo puede invitar a cuantos se sientan movidos por el Espíritu Santo, a unirse a Dios más estrechamente mediante los vínculos de los votos o de las promesas, que les impulsarán a poner en práctica plenamente el Evangelio de un modo más eficaz, según el espíritu del bautismo y según las directrices de la Regla. Para la admisión a los votos, o a las promesas, se deberá seguir lo que ya está establecido en el n. 77.Profesión

83. La profesión se hará según el Ritual propio de la Tercera Orden.
a) La primera profesión se hará por un período de tres años, durante los cuales los hermanos y/o las hermanas vivirán plenamente la vida de la comunidad, continuando, sin embargo, el proceso de formación y profundizando en los distintos aspectos de la vida carmelita.b) Al término de los tres años, previo discernimiento y aprobación del Consejo de la fraternidad, el hermano o la hermana podrán emitir su profesión final o perpetua.c) Se aconseja que cada año, con ocasión de la Conmemoración Solemne de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, nuestra Madre y Hermana, los miembros de la Tercera Orden renueven su profesión, personal o comunitariamente.

84. La inserción visible en la Tercera Orden podrá hacerse con la entrega del hábito tradicional o con la entrega del Escapulario. Los Estatutos locales deberán establecer sobre el uso al respecto.

85. Cada fraternidad deberá tener un Registro de los adscritos en el que se anotarán, los nombres, fecha de la profesión y otros datos que se crean convenientes.

86. Los miembros de las fraternidades pertenecientes a la Tercera Orden y destinados a las Sagradas Ordenes pueden, allí donde los Estatutos lo determinen, ser incardinados con la Ordenación diaconal a la Orden del Carmen tras una incorporación definitiva en la misma fraternidad de la Tercera Orden.[124] Desde ese momento dependen del Prior General como Ordinario suyo, salvo en lo concerniente a las obligaciones provenientes de su pertenencia a la fraternidad de la Tercera Orden. En tal caso, las relaciones entre el clérigo terciario y la Orden del Carmen, deberán estar determinadas por los Estatutos del grupo y aceptadas por el Prior General a través de un acuerdo especial.

87. Cada fraternidad establecerá un programa de formación permanente. Apostolado

88. Los miembros de la Tercera Orden Carmelita están llamados al apostolado de diversas formas: desde la oración al compromiso corresponsable en las diversas actividades eclesiales e, incluso, hasta el ofrecimiento de los propios sufrimientos en unión a Cristo.

89. Los Estatutos locales establecerán las modalidades de las actividades apostólicas. Éstas se pueden concretizar dentro de las más variadas formas que la vida moderna necesita y ofrece. Mediante la acción común, los laicos carmelitas tenderán a incrementar una vida más perfecta. Algunos podrán comprometerse en la promoción del mensaje cristiano, otros en la realización de obras apostólicas, de evangelización, de piedad y de caridad, siempre con el fin de animar el orden temporal a través del espíritu cristiano[125]. También el trabajo o la profesión, ejercitados ya sea individualmente, en grupo o en comunidad, pueden ser una forma de poner en práctica la llamada al apostolado. Derechos y obligaciones

90. Todos los miembros de la Tercera Orden Carmelita tienen los mismos derechos y las mismas obligaciones, establecidos por los Estatutos provinciales o locales.

91. Los terciarios carmelitas deberán reunirse periódicamente, según los tiempos y modos establecidos por los Estatutos, para formar juntos una fraternidad en medio de la cual la Palabra de Cristo habite abundantemente; para exhortarse mejor a la asimilación del carisma propio de la Orden, a la cual pertenecen, a fin de llegar a ser miembros vivos de la Iglesia; para participar en las aspiraciones, en las iniciativas o en las actividades de toda la Familia Carmelita, a fin de que ésta pueda ejercitar en el cuerpo de Cristo la misión que el Señor le encomienda constantemente.

92. Las fraternidades deberán establecer en sus Estatutos locales el modo de atender espiritualmente a los hermanos o hermanas ancianos o enfermos.

93. Se inspirarán gustosos para esto, en la espiritualidad y en las enseñanzas de los grandes santos que Dios ha suscitado en el Carmelo.

94. Cualquiera puede abandonar libremente la Tercera Orden Carmelita, presentando la solicitud por escrito al Consejo, el cual está autorizado para aceptarla. Igualmente, los miembros pueden ser expulsados por causa grave, es decir, por las razones establecidas por el derecho común e, igualmente, por una repetida e injustificada infracción de las propias obligaciones. La decisión compete al Consejo a tenor de los Estatutos, después de haber oído y amonestado al interesado. Éste tiene siempre el derecho de recurrir a la autoridad eclesiástica competente, es decir, al Prior General o al Provincial[126]. Epílogo
Los miembros de la Tercera Orden Carmelita pongan todo su empeño en encarnar en ellos la vocación carmelita expuesta en esta Regla. Emprendan el breve y único viaje [127] de la vida terrena como un grupo de ciudadanos cuya patria es el cielo[128], tratando de comprender, con el auxilio de los santos, todas las dimensiones de la caridad de Cristo que sobrepasa toda ciencia[129]; apresurándose, con fervientes aspiraciones y vivo deseo, a alcanzar aquel lugar que el Señor, cuando partió de este mundo, nos prometió prepararnos[130]. Arraigados y fundados en la Caridad, siempre vigilantes y teniendo en las manos las lámparas encendidas, conscientes que “a la tarde serán examinados en el amor”[131], multipliquen los talentos propios a fin de que a la hora de la muerte merezcan oír la invitación a entrar en el gozo de su Señor[132].