martes, 25 de marzo de 2008

¡Cristo Ha Resucitado Aleluya!

Cristo resucitado, me atrevo a ponerme en tu presencia para que me llenes de Ti y del gozo de tu triunfo sobre el mal y la muerte. Creo firmemente en tu presencia renovadora, pero aumenta mi pobre fe. Confío que eres Tú quien me guiará en esta meditación y en toda mi vida para vivir como un hombre o mujer nuevo(a). Enciéndeme con el fuego de tu amor, para que me entregue a Ti sin reservas y quemes con tu Espíritu Santo mi debilidad y cobardía para darte a conocer a mis hermanos.Enséñame, Cristo resucitado, a descubrirte, para ser un instrumento de tu amor, a buscar las cosas de arriba y a gozar de tu presencia a lo largo del día. Transfórmame, como a los primeros discípulos, en un apóstol convencido de tu resurrección, capaz de darlo todo por Ti.1. «Mujer, ¿por qué lloras?»Las horas amargas del calvario han dejado una huella profunda en los discípulos. Aflora en ellos la duda, el desencanto. Les viene el deseo de regresar al pasado, de no haberse encontrado nunca con Cristo, de no haberle nunca entregado su amor.Quizás el prototipo de estos momentos de soledad y abandono es María Magdalena. Ella había cambiado radicalmente su vida para consagrarse completamente al amor de Jesucristo, y sin embargo, ahora no lo encuentra. Llora desconsolada. Cristo se le aparece bajo la forma del jardinero y pregunta... A nosotros también nos ocurre que el Señor se nos “esconde”, no lo hallamos con la facilidad de antes, y podría tocar a nuestra puerta el llanto, la desazón... Pero es necesario abrir bien los ojos. María todavía no tiene una fe plena en su Señor. Él ha muerto, y parece que todo ha terminado... ¡Lo tiene delante y no lo reconoce!¿No nos sucede a nosotros otro tanto? Cristo está delante de nosotros en esa situación difícil, en ese fracaso aparente, en las pequeñas cruces de todos los días. Y nos pregunta, nos grita de mil maneras diversas, ¿por qué lloras? ¿No te has dado cuenta que he resucitado y estoy contigo para siempre?Nos resulta urgente abrir los ojos de la fe. Cristo no acostumbra aparecer como Yahvé en el Antiguo Testamento. No hay rayos ni temblores. Jesucristo resucitado no quiere que le tengamos miedo y opta por lo sencillo. ¡Cristo camina con nosotros en lo cotidiano! Jesucristo se nos quiere manifestar en el trato con la familia, en la relación con el compañero de trabajo, la vecina, el cumplimiento del deber cotidiano. ¡Lo tenemos delante de los ojos, pero muchas veces no queremos descubrirlo! Da la impresión, en ocasiones, que conocer a Cristo sería más “fácil” si pusiera requisitos más complicados ... pero a Cristo se le conoce en la humildad de lo ordinario vivido de modo extraordinario.“¡Levántate tú que duermes, y te iluminará Cristo!” nos anuncia la liturgia pascual. Pero podríamos decir también, levántate tú que estás abatido, triste, confundido, y sal al encuentro del Resucitado. Él ha olvidado ya tu pasado, tus traiciones e infidelidades. Él quiere secar hoy tus lágrimas. Es por eso que, como con María Magdalena, quiere iniciar contigo ahora un diálogo de corazón a Corazón...2. «Si tú te lo has llevado...» María Magdalena es una mujer que ama profundamente a Jesucristo. Impresiona que un enamorado sea capaz de ciertas “locuras” para agradar al amado y disfrutar de su presencia. El amor, cuando es auténtico, es donación, y su único límite es no tener límites.Este amor que no conoce obstáculos lleva a esta mujer a decir cosas que, a simple vista, pueden parecer delirios o incluso acusaciones sumamente comprometedoras. Primero le insinúa al jardinero que ha sido un profanador del sepulcro de Cristo: “si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto...” Ella no está buscando culpables, sino que pide ayuda a quien sea. Su interés está en recuperar al amor de su vida que se le ha escondido. No reprocha, no reclama, simplemente suplica: “¡Oriéntame para encontrar al Maestro!” ¿También nosotros acudimos con ese interés a nuestra dirección espiritual, a los sacramentos? ¿Le pedimos a la Iglesia, a sus ministros, con verdadero interés, que nos muestren dónde está el Cristo vivo? ¿O nos hemos acostumbrado a su presencia silenciosa en la Eucaristía y en los hermanos?Pero el amor de la Magdalena la empuja a más: “...yo lo recogeré”. ¿Cómo podrá una mujer sola cargar una cierta distancia el cuerpo de un hombre de 33 años, con la musculatura propia de un carpintero y peregrino, de un hombre-Dios que pudo expulsar Él solo a los mercaderes del templo? A la Magdalena, nuevamente, no le interesan las dificultades: su amor la empuja a vencerlas.En nuestra vida también hay enormes dificultades y algunas nos parecen incluso imposibles. Sin embargo, el amor de un alma convencida se crece ante la adversidad. Su amor es tan intenso que, de un cierto modo, le descubre que Cristo resucitado está a su lado. Sólo le interesa encontrarlo, poseerlo y darse a Él sin medida.3. «¡María!»Cristo resucitado se conmueve ante el amor desinteresado y fiel de la Magdalena y la llama por su nombre. No puede seguir ocultándose y se le descubre. Y es que un amor así, a pesar de nuestras debilidades pasadas, conmueve a nuestro Señor hasta lo más profundo de su ser y se siente “desarmado”, no puede no corresponder a nuestro amor.Jesús ha vencido al mal – incluso el que nosotros hemos cometido –, y nosotros hemos triunfado con Él. La Magdalena se postra ante Él, y Él la llena del gozo de su resurrección, como quiere llenarnos a nosotros en este rato de oración. Sólo basta perseverar en la prueba y pedir su gracia, buscar para encontrarlo. Pero Cristo Resucitado nos muestra que Él no se deja ganar en generosidad. María Magdalena no pensaba encontrar más que un cadáver, y sin embargo, Cristo se le muestra con su cuerpo glorioso, vivo para siempre. Animados por esta confianza, debemos también acercarnos con una disposición de entrega a Jesucristo, para pedirle que nos ayude a vencer al hombre viejo, a vivir como hombres o mujeres nuevos...La resurrección obra una auténtica transformación en la Magdalena. Ya no llora. Ahora es enviada por Cristo a anunciar el gozo de su triunfo: “Ve y dile a mis hermanos..” ¡Por primera vez en el Evangelio Cristo nos llama hermanos suyos! ¡Se ha realizado la filiación divina: somos verdaderamente hijos adoptivos de Dios y hermanos de Cristo! Y como tales, participamos de su misma misión... La resurrección no podemos guardarla en el baúl de los recuerdos, sino anunciarla a los cuatro vientos como María Magdalena, de manera que muchos otros hombres y mujeres se conviertan en apóstoles convencidos del Reino de Cristo.María Magdalena sale a dar testimonio de la resurrección, pero su amor no le permite sólo rezar y dar ejemplo con su vida virtuosa para que los demás conozcan a Cristo. Ella siente la necesidad, esencial a nuestra vocación cristiana, de hacer algo, hablar, predicar, atender, ayudar, etc., todo lo que pueda, para dar a conocer el amor de Cristo al mundo.

sábado, 15 de marzo de 2008

San José Padre y esposo ejemplar

SAN JOSÉ ESPOSO DE MARÍA Y A QUIÉN JESÚS LLAMABA "PADRE"
FIESTA: 19 de marzo, ha sido trasladada al día de hoy.

Modelo de padre y esposo, patrón de la Iglesia universal, de los trabajadores, de infinidad de comunidades religiosas y de la buena muerte.

A San José Dios le encomendó la inmensa responsabilidad y privilegio de ser esposo de la Virgen María y custodio de la Sagrada Familia. Es por eso el santo que más cerca esta de Jesús y de la Stma. Virgen María.
Nuestro Señor fue llamado "hijo de José" (Juan 1:45; 6:42; Lucas 4:22) el carpintero (Mateo 12:55).
No era padre natural de Jesús (quién fue engendrado en el vientre virginal de la Stma. Virgen María por obra del Espíritu Santo y es Hijo de Dios), pero José lo adoptó y Jesús se sometió a el como un buen hijo ante su padre. ¡Cuánto influenció José en el desarrollo humano del niño Jesús! ¡Qué perfecta unión existió en su ejemplar matrimonio con María!
San José es llamado el "Santo del silencio" No conocemos palabras expresadas por él, tan solo conocemos sus obras, sus actos de fe, amor y de protección como padre responsable del bienestar de su amadísima esposa y de su excepcional Hijo. José fue "santo" desde antes de los desposorios. Un "escogido" de Dios. Desde el principio recibió la gracia de discernir los mandatos del Señor.
Las principales fuentes de información sobre la vida de San José son los primeros capítulos del evangelio de Mateo y de Lucas. Son al mismo tiempo las únicas fuentes seguras por ser parte de la Revelación.
San Mateo (1:16) llama a San José el hijo de Jacob; según San Lucas (3:23), su padre era Heli. Probablemente nació en Belén, la ciudad de David del que era descendiente. Pero al comienzo de la historia de los Evangelios (poco antes de la Anunciación), San José vivía en Nazaret.
Según San Mateo 13:55 y Marcos 6:3, San José era un "tekton". La palabra significa en particular que era carpintero. San Justino lo confirma (Dial. cum Tryph., lxxxviii, en P. G., VI, 688), y la tradición ha aceptado esta interpretación.
Si el matrimonio de San José con La Stma. Virgen ocurrió antes o después de la Encarnación aun es discutido por los exegetas. La mayoría de los comentadores, siguiendo a Santo Tomás, opinan que en la Anunciación, la Virgen María estaba solo prometida a José. Santo Tomás observa que esta interpretación encaja mejor con los datos bíblicos.
Los hombres por lo general se casaban muy jóvenes y San José tendría quizás de 18 a 20 años de edad cuando se desposó con María. Era un joven justo, casto, honesto, humilde carpintero...ejemplo para todos nosotros.
La literatura apócrifa, (especialmente el "Evangelio de Santiago", el "Pseudo Mateo" y el "Evangelio de la Natividad de la Virgen María", "La Historia de San José el Carpintero", y la "Vida de la Virgen y la Muerte de San José) provee muchos detalles pero estos libros no están dentro del canon de las Sagradas Escrituras y no son confiables.
Amor virginal
Algunos libros apócrifos cuentan que San José era un viudo de noventa años de edad cuando se casó con la Stma. Virgen María quien tendría entre 12 a 14 años. Estas historias no tienen validez y San Jerónimo las llama "sueños". Sin embargo han dado pie a muchas representaciones artísticas. La razón de pretender un San José tan mayor quizás responde a la dificultad de una relación virginal entre dos jóvenes esposos. Esta dificultad responde a la naturaleza caída, pero se vence con la gracia de Dios. Ambos recibieron extraordinarias gracias a las que siempre supieron corresponder. En la relación esposal de San José y la Virgen María tenemos un ejemplo para todo matrimonio. Nos enseña que el fundamento de la unión conyugal está en la comunión de corazones en el amor divino. Para los esposos, la unión de cuerpos debe ser una expresión de ese amor y por ende un don de Dios. San José y María Santísima, sin embargo, permanecieron vírgenes por razón de su privilegiada misión en relación a Jesús. La virginidad, como donación total a Dios, nunca es una carencia; abre las puertas para comunicar el amor divino en la forma mas pura y sublime. Dios habitaba siempre en aquellos corazones puros y ellos compartían entre sí los frutos del amor que recibían de Dios.
El matrimonio fue auténtico, pero al mismo tiempo, según San Agustín y otros, los esposos tenían la intención de permanecer en el estado virginal. (cf.St. Aug., "De cons. Evang.", II, i in P.L. XXXIV, 1071-72; "Cont. Julian.", V, xii, 45 in P.L.. XLIV, 810; St. Thomas, III:28; III:29:2).
Pronto la fe de San José fue probada con el misterioso embarazo de María. No conociendo el misterio de la Encarnación y no queriendo exponerla al repudio y su posible condena a lapidación, pensaba retirarse cuando el ángel del Señor se le apareció en sueño:
"Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Despertado José del sueño, hizo como el Angel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer." (Mat. 1:19-20, 24). Unos meses mas tarde, llegó el momento para S. José y María de partir hacia Belén para apadrinarse según el decreto de Cesar Augustus. Esto vino en muy difícil momento ya que ella estaba en cinta. (cf. Lucas 2:1-7).
En Belén tuvo que sufrir con La Virgen la carencia de albergue hasta tener que tomar refugio en un establo. Allí nació el hijo de la Virgen. El atendía a los dos como si fuese el verdadero padre. Cual sería su estado de admiración a la llegada de los pastores, los ángeles y mas tarde los magos de Oriente. Referente a la Presentación de Jesús en el Templo, San Lucas nos dice: "Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él".(Lucas 2:33).
Después de la visita de los magos de Oriente, Herodes el tirano, lleno de envidia y obsesionado con su poder, quiso matar al niño. San José escuchó el mensaje de Dios transmitido por un ángel: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle.» Mateo 2:13. San José obedeció y tomo responsabilidad por la familia que Dios le había confiado.San José tuvo que vivir unos años con la Virgen y el Niño en el exilio de Egipto. Esto representaba dificultades muy grandes: la Sagrada familia, siendo extranjera, no hablaba el idioma, no tenían el apoyo de familiares o amigos, serían víctimas de prejuicios, dificultades para encontrar empleo y la consecuente pobreza. San José aceptó todo eso por amor sin exigir nada.
Una vez mas por medio del ángel del Señor, supo de la muerte de Herodes: "«Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño.» El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel. Pero al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí; y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea". Mateo 2:22.
Fue así que la Sagrada Familia regresó a Nazaret. Desde entonces el único evento que conocemos relacionado con San José es la "pérdida" de Jesús al regreso de la anual peregrinación a Jerusalén (cf. Lucas 2, 42-51). San José y la Virgen lo buscaban por tres angustiosos días hasta encontrarlo en el Templo. Dios quiso que este santo varón nos diera ejemplo de humildad en la vida escondida de su sagrada familia y su taller de carpintería.
Lo mas probable es que San José haya muerto antes del comienzo de la vida pública de Jesús ya que no estaba presente en las bodas de Canaá ni se habla mas de él. De estar vivo, San José hubiese estado sin duda al pie de la Cruz con María. La entrega que hace Jesús de su Madre a San Juan da también a entender que ya San José estaba muerto.
Según San Epifanio, San José murió en sus 90 años y la Venerable Bede dice que fue enterrado en el Valle de Josafat. Pero estas historias son dudosas.

La devoción a San José se fundamenta en que este hombre "justo" fue escogido por Dios para ser el esposo de María Santísima y hacer las veces de padre de Jesús en la tierra. Durante los primeros siglos de la Iglesia la veneración se dirigía principalmente a los mártires. Quizás se veneraba poco a San José para enfatizar la paternidad divina de Jesús. Pero, así todo, los Padres (San Agustín, San Jerónimo y San Juan Crisóstomo, entre otros), ya nos hablan de San José. Según San Callitos, esta devoción comenzó en el Oriente donde existe desde el siglo IV, relata también que la gran basílica construida en Belén por Santa Elena había un hermoso oratorio dedicado a nuestro santo.
San Pedro Crisólogo: "José fue un hombre perfecto, que posee todo género de virtudes" El nombre de José en hebreo significa "el que va en aumento. "Y así se desarrollaba el carácter de José, crecía "de virtud en virtud" hasta llegar a una excelsa santidad.
En el Occidente, referencias a (Nutritor Domini) San José aparecen en el siglo IX en martirologios locales y en el 1129 aparece en Bologna la primera iglesia a él dedicada. Algunos santos del siglo XII comenzaron a popularizar la devoción a San José entre ellos se destacaron San Bernardo, Santo Tomás de Aquino, Santa Gertrudis y Santa Brígida de Suecia. Según Benito XIV (De Serv. Dei beatif., I, iv, n. 11; xx, n. 17), "La opinión general de los conocedores es que los Padres del Carmelo fueron los primeros en importar del Oriente al Occidente la laudable práctica de ofrecerle pleno culto a San José".
En el siglo XV, merecen particular mención como devotos de San José los santos Vicente Ferrer (m. 1419), Pedro d`Ailli (m. 1420), Bernadino de Siena (m. 1444) y Jehan Gerson (m. 1429). Finalmente, durante el pontificado de Sixto IV (1471 - 84), San José se introdujo en el calendario Romano en el 19 de Marzo. Desde entonces su devoción ha seguido creciendo en popularidad. En 1621 Gregorio XV la elevó a fiesta de obligación. Benedicto XIII introdujo a San José en la letanía de los santos en 1726.
San Bernardino de Siena "... siendo María la dispensadora de las gracias que Dios concede a los hombres, ¿con cuánta profusión no es de creer que enriqueciese de ella a su esposo San José, a quién tanto amaba, y del que era respectivamente amada? " Y así, José crecía en virtud y en amor para su esposa y su Hijo, a quién cargaba en brazos en los principios, luego enseñó su oficio y con quién convivió durante treinta años.
Los franciscanos fueron los primeros en tener la fiesta de los desposorios de La Virgen con San José. Santa Teresa tenía una gran devoción a San José y la afianzó en la reforma carmelita poniéndolo en 1621 como patrono, y en 1689 se les permitió celebrar la fiesta de su Patronato en el tercer domingo de Pascua. Esta fiesta eventualmente se extendió por todo el reino español. La devoción a San José se arraigo entre los obreros durante el siglo XIX. El crecimiento de popularidad movió a Pío IX, el mismo un gran devoto, a extender a la Iglesia universal la fiesta del Patronato (1847) y en diciembre del 1870 lo declaró Santo Patriarca, patrón de la Iglesia Católica. San Leo XIII y Pío X fueron también devotos de San José. Este últimos aprobó en 1909 una letanía en honor a San José.
Santa Teresa de Jesús "Tomé por abogado y señor al glorioso San José." Isabel de la Cruz, monja carmelita, comenta sobre Santa Teresa: "era particularmente devota de San José y he oído decir se le apareció muchas veces y andaba a su lado."
"No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo...No he conocido persona que de veras le sea devota que no la vea mas aprovechada en virtud, porque aprovecha en gran manera a las almas que a El se encomiendan...Solo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no le creyere y vera por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso patriarca y tenerle devocion..." -Sta. Teresa.
San Alfonso María de Ligorio nos hace reflexionar: "¿Cuánto no es también de creer aumentase la santidad de José el trato familiar que tuvo con Jesucristo en el tiempo que vivieron juntos?" José durante esos treinta años fue el mejor amigo, el compañero de trabajo con quién Jesús conversaba y oraba. José escuchaba las palabras de Vida Eterna de Jesús, observaba su ejemplo de perfecta humildad, de paciencia, y de obediencia, aceptaba siempre la ayuda servicial de Jesús en los quehaceres y responsabilidades diarios. Por todo esto, no podemos dudar que mientras José vivió en la compañía de Jesús, creció tanto en méritos y santificación que aventajó a todos los santos.

lunes, 3 de marzo de 2008

La Alegría

El tema de la alegría

La alegría es uno de los principales temas de las Escrituras; se le encuentra por todas partes en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. El mensaje de la Biblia es profundamente optimista: Dios quiere la felicidad de los hombres; su éxito, su expansión, los quiere colmados de abundancia y de plenitud. La alegría traduce, en el hombre, la conciencia de una realización ya efectiva o todavía por venir.
El mundo actual apenas conoce esta alegría integral, que supone una profunda unificación del ser en la línea de su existencia según Dios. Hay algunas alegrías propias del hombre moderno, por ejemplo, la que procura la transformación de la naturaleza. Pero estas alegrías quedan reservadas a unos pocos e incluso, generalmente, son dudosas. La mayor parte de los hombres buscan la alegría en la evasión, el sueño y el placer, y aceptan una vida cotidiana sin relieve y sin sentido. Las más de las veces el hombre se encuentra destrozado en todos los sentidos, y muy pocos son los que llegan a unir los múltiples hilos de existencia concreta.
Los cristianos deben saber que la Buena Nueva de la salvación es un mensaje de alegría. En un mundo rico en posibilidades, pero, al mismo tiempo, sometido a contradicciones y tenido como absurdo por algunos, deben comunicar a los que se encuentran a su alrededor la alegría que ellos viven: una alegría extraordinariamente realista y que expresa su certeza, basada en la victoria de Cristo, de que el futuro de la humanidad se irá construyendo a través de dificultades y contradicciones aparentes. El mundo no es absurdo, ya que Dios le ama, y el principio vital de su éxito se nos ha dado una vez por todas en Jesucristo.
Pero la alegría cristiana no importa cuál pueda ser. Lo que importa es conocer su significado profundo y manifestar su propio carácter.

La Alianza, fuente de alegría en Israel

La historia de la alegría bíblica sigue paso a paso a un conocimiento más profundo de la fe. Las alegrías más espontáneas son las que aportan la seguridad de la vida cotidiana, percibidas como otras tantas bendiciones de Yahvé: la alegría de la vendimia y de la siega, la alegría del trabajo bien hecho o del descanso merecido, la alegría de una comida familiar, la alegría que una mujer fiel y fecunda puede proporcionar a su marido, las alegrías ruidosas de las grandes fiestas, como la alegría íntima del corazón. Y el terreno por excelencia en que se experimenta y se expresa esta alegría es la fiesta y las múltiples formas de celebración cultual, en las que Yahvé invita a Israel a regocijarse en su presencia con la misma alegría que El experimenta al contemplar sus obras; la alegría de Israel es alabar a su Dios por las maravillas de su creación.
Pero es un hallazgo progresivo de la fe el hecho de que el Dios de la Alianza interviene en los acontecimientos y en la historia, y que sus intervenciones, a menudo imprevisibles, no aportan siempre la seguridad espontáneamente buscada. La alegría adquiere mayor profundidad a medida que deja de estar ligada a la posesión de un bien. Yahvé reserva la verdadera alegría a los que se hacen pobres ante El y lo esperan todo de su Dios y de la fidelidad a su Ley. Nada puede entonces empañar esta alegría: ni la angustia, ni el sufrimiento que, al contrario, pueden fomentarla. La alegría de Yahvé es la fuerza de aquellos que le buscan.
Por otra parte, el dinamismo de la fe invita al pobre de Yahvé a dirigir su mirada hacia el futuro. Dios interviene en los acontecimientos, y esto es para el pobre una causa de alegría; pero cuando, un día, se produzca la intervención divina, portadora de la salvación definitiva, entonces la alegría no conocerá límites y colmará la esperanza de los pobres con su superabundancia. Tierra y cielos pregonarán su alegría. Jerusalén, que verá reunirse en ella gente que procede de la dispersión y del destierro, solo será en adelante "Júbilo", y el Pueblo de Dios será exclusivamente "Alborozo".

Jesús de Nazareth y la alegría mesiánica

La intervención de Jesús en la historia, tal como los Evangelios nos la han contado, ha engendrado en torno a ella un clima de exultación y de alegría. Las páginas dedicadas por San Lucas a la infancia del Mesías son significativas en este aspecto: en el momento de la visitación, el Precursor se estremece de júbilo en el vientre de su madre, y la Virgen María salta de alegría ante su Dios que colma de bienes a los hambrientos y a los ricos los hace volver con las manos vacías; lo mismo sucede en el nacimiento de Jesús en la cueva de Belén; el propio cielo resuena de alegría anunciando la Buena Nueva a los pastores.
Es cierto, en todo caso, que el ministerio público de Jesús ha estado jalonado, hasta su última subida a Jerusalén, de momentos en que la muchedumbre que le seguía ha expresado su júbilo y su entusiasmo, reconociendo en El al Mesías. Es igualmente cierto que Jesús ha suscitado en torno a El reacciones de alegría mesiánica: si El es el Esposo, no hace falta que sus discípulos ayunen en su presencia.
Varias notas nos invitan a conocer más a fondo la alegría mesiánica en un sentido muy específico y que manifiesta la ambigüedad de las reacciones espontáneas de la muchedumbre. En primer lugar, la alegría mesiánica está reservada a los pobres y a los pecadores que se arrepienten, ya que son ellos los únicos que perciben la naturaleza de la salvación que Jesús trae consigo y que procura la alegría. Además, esta alegría tiene su fuente en el mismo Mesías: Jesús ofrece una alegría que es la suya y que ha engendrado en El la entrega total de Sí y la obediencia perfecta al Padre; pero solo reciben esta alegría aquellos que, a su vez, observan el mandamiento nuevo del amor sin límites. "Si observáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como Yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os digo esto para que mi alegría esté en vosotros y para que vuestra alegría sea perfecta" (Jn 15, 10-11).
La alegría del Evangelio es una alegría que viene de lo Alto, pero que, al mismo tiempo, debe surgir de un corazón de hombre: es una alegría divino-humana. Jesús es el iniciador definitivo de esta alegría: esta alegría es pascual, ya que está, necesariamente, ligada al acto último por el que Jesús expresa su obediencia al Padre dando su vida por todos los hombres.

La alegría del Espíritu en el Pueblo de Dios

La alegría de la Iglesia es la alegría del Espíritu. La venida del Espíritu que constituye la Iglesia atestigua que la salvación del mundo está definitivamente realizada con la muerte y resurrección de Cristo. Esta venida sella la verdadera alianza pactada entre Dios y la humanidad: entre Dios, que no ha dejado de advertir al hombre su amor, y la humanidad, que ha encontrado en Jesús de Nazareth su respuesta perfecta. La venida del Espíritu que engendra la alegría de los hombres se realiza juntamente por el Padre y el Resucitado; el Espíritu Santo solo puede intervenir al final de un itinerario en que el Hombre-Dios se hace obediente hasta la muerte en la cruz. Jesús debía, pues, pasar la prueba de la pasión para que la tristeza de sus discípulos se transformara, algún día, en gozo.
Los miembros del Pueblo de Dios no dejan de dar gracias por ese don del Espíritu. La alegría que experimentan se traduce espontáneamente en acción de gracias, ya que la salvación por la que se alegran es, en primer lugar y ante todo, un don. Esta dimensión de su alegría es completamente esencial: los cristianos saben que el triunfo definitivo de la aventura humana depende radicalmente de la misericordia obsequiosa de Dios Padre. "En esto consiste su amor: no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino que El nos ha amado a nosotros..." (1 Jn 4, 10). El Magnificat de la Virgen María expresa maravillosamente la tonalidad fundamental de la alegría cristiana.
¡Que no haya, sin embargo, error en esto! La acción de gracias de la que se trata no es la actitud pasiva de alguien que reconociera que todo le viene de Arriba; esta acción de gracias manifiesta la alegría del participante. En el preciso momento en que le es dado al cristiano el Espíritu como herencia, aquel se encuentra llamado a contribuir, por su parte, a la edificación del Templo de Dios. Los miembros del Cuerpo de Cristo no conocen la alegría de los últimos tiempos más que dirigiendo sus pasos por el surco abierto por Jesús y recorriendo, a imitación de El, un idéntico itinerario de obediencia hasta la muerte, y, si es preciso, hasta la muerte en la cruz. El dinamismo de la alegría cristiana lleva consigo necesariamente este elemento de cooperación activa.
También la alegría del Espíritu que conoce la Iglesia en su condición terrena es la alegría propia del tiempo de la construcción. Esta no es todavía la alegría del perfecto cumplimiento, la que conocerá el hombre perfecto en el último día. El Nuevo Testamento expresa esto, declarando que nosotros solo poseemos aquí abajo las "arras" del Espíritu.

El testimonio de la alegría constante

Cada vez que San Pablo nos describe su vida misionera, insiste en las dificultades y obstáculos que ha encontrado, pero es para demostrar que la prueba ha sido para él fuente de alegría.
En el horizonte del ministerio paulino aparece siempre la pasión de Cristo, y en todas circunstancias Pablo trata de identificarse a la obediencia de su Salvador. El apóstol de las Naciones sabe que solo esta conformidad puede fecundar su acción y hacer fructuoso el papel que desempeña al servicio del Reino y en el que él está llamado a unificar su vida en la de Cristo. La predicación de la Buena Nueva de la salvación es indisociable de la vida del testigo: si la salvación procura gozo y alegría, es conveniente que sus pregoneros estén siempre contentos (2 Cor 6, 10), cualesquiera que sean los sufrimientos de su ministerio.
La alegría en el sufrimiento-que puede llegar hasta el martirio-es el signo por excelencia de la autenticidad cristiana. Esta alegría en manera alguna está dictada por ningún fanatismo; solo ella hace palpable un secreto cumplimiento; manifiesta que, en la experiencia, el camino real de la cruz conduce a la única vida que puede colmar al hombre. La alegría en el sufrimiento no es una alegría espontánea: solo puede engendrarla una obediencia al Padre cada vez más perfecta. Esta alegría expresa la absoluta certeza de que este camino de obediencia perfecta completa verdaderamente al hombre. De esta manera, lo importante para el cristiano no es estar con frecuencia con alegría, sino el ser siempre alegre. La alegría cristiana, especialmente la del misionero, debe ser una alegría constante; en esta constancia es donde radica su especificidad.
Es preciso subrayar, además, otra dimensión distinta de la alegría que debe irradiar en el propio semblante del misionero: es su necesaria actualidad. Quiero decir con ello que el secreto cumplimiento cuyo mensaje lleva la alegría del misionero debe aparecer como la respuesta, inesperada pero efectiva, a la esperanza más íntima de los hombres de nuestro tiempo. Desde este punto de vista, los misioneros de hoy deberán manifestar cada vez más su convicción de que la salvación de Jesucristo interesa directamente al éxito concreto de la aventura humana, de una aventura de cuya responsabilidad total los hombres se sienten portadores. Entre el desarrollo de la empresa misionera y la construcción del mundo tomada a su cargo por los hombres deberá manifestarse una unión cada vez más estrecha. El testimonio de la alegría constante debe concretarse en el servicio eclesial del mundo.

La alegría de la participación eucarística

La celebración eucarística constituye uno de los terrenos privilegiados en que debe comunicarse y experimentarse, de alguna manera, la verdadera alegría. La ambición que persigue la Iglesia al reunir a sus fieles en torno a las dos mesas de la Palabra y del Pan es hacerles vivir por anticipado la salvación propia del Reino y la fraternidad sin límites que lleva consigo. En este sentido, la participación eucarística es objetivamente fuente de alegría.
Pero ni qué decir tiene que la celebración eucarística no es automáticamente ese terreno privilegiado. Para que lo sea, es preciso, en primer lugar, que la misa sea una verdadera celebración: los cristianos reunidos deben verse en ella como penetrados por lo más profundo de ellos mismos, lo cual supone especialmente que la Palabra proclamada se incorpore, efectivamente, en la vida y las responsabilidades de los que la reciben. Es preciso, además, que la propia reunión simbolice el proyecto de catolicidad de la Iglesia: los cristianos convocados para la celebración deben poner de manifiesto que, dentro de su diversidad, están constituidos hermanos mediante la gracia de Cristo, que sobrepasa los muros de separación entre los hombres. Este punto es muy importante: una celebración eucarística, si no tiene en cuenta el punto anterior, puede que no produzca más que la alegría simplemente humana de un contacto entre hombres que son ya hermanos por afinidad de razas, de medio social o de intereses comunes; en este caso la celebración solo serviría para consagrar una proximidad previa recargándola después de un peso de afectividad profunda. Tal celebración puede preparar la experiencia de la hermandad propia del Reino; pero no puede uno quedarse ahí, y los pastores deben aprovechar todas las ocasiones para abrir sus comunidades eucarísticas a las riquezas de la diversidad humana. ¡La alegría fraguada en el sufrimiento será, tal vez, menos espontánea, pero cuánto más verdadera!

sábado, 1 de marzo de 2008

Significado del Silencio

El sielencio es la mejor medicina para nuestro interior, nuestra mente muchas veces tan congestionada. Sientate en un lugar apartado, relajate y repite en lo profundo de tu corazón Jesús, Jesús, Jesús; poco a poco tú te irás serenando, te llenará de paz, de una profunda paz interior, se irán tus depresiones, tus confuciones y verás claro lo que debes hacer.
medita en este escrito que acontinuación te comparto:


Hay un fuerte sentir entre nuestra gente, es más, creo que es una muy fuerte necesidad de recuperar la dimensión espiritual de nuestras vidas. Hay una sensación de que si no recuperamos nuestra dimensión espiritual entonces podríamos perder el control de nuestras vidas. Para poder dar respuesta a esta sensación debemos entender claramente que al comprometernos con nuestros valores espirituales no estamos rechazando las cosas ordinarias de la vida. De hecho, todo lo contrario es verdad. El compromiso a la realidad espiritual es también un compromiso a la realidad y esto nos lleva por un camino para apreciar lo maravilloso de la vida. Esto es un camino que nos permite comprender el misterio extraordinario de la vida misma, el secreto escondido de la vida que nos excita verdaderamente. Al entrar en este camino espiritual nos permitimos hacer un viaje de descubrimiento. Es ciertamente, en mi experiencia, que si tomas el camino de la meditación con este compromiso de entrar profundamente en el interior de tu vida escondida, entonces cada día se te irán revelando nuevas dimensiones de la vida y además irás teniendo una mejor comprensión de ella.Con el fin de tomar este camino espiritual, debemos aprender a estar en silencio. Lo que se requiere de nosotros es un viaje al silencio profundo. Parte del problema de la debilidad de la religión de nuestros tiempos es que la religión utiliza palabras para sus oraciones y rituales, pero esas palabras deben estar cargadas de significado y además, suficiente significado, para entonces poder mover nuestros corazones, para motivarnos en nuevas direcciones y para cambiar nuestra vida. Solo pueden estar cargadas de suficiente significado si surgen del espíritu y el espíritu requiere de silencio. Todos requerimos utilizar las palabras, pero para poder usarlas con poder, debemos entonces estar en silencio. Todos necesitamos de la religión, todos necesitamos del Espíritu. La meditación es el camino al silencio porque es un camino de silencio. Es el camino de la palabra sagrada, (Jesús hijo de David ten piedad de mi ó Abba Bendito y alabado)
la que nos lleva al silencio y que finalmente llena todas las palabras con significado. Ahora bien, no debemos ser demasiado abstractos sobre esto. Sabemos que podemos llegar a conocer a otra persona de una forma más profunda en el silencio. El estar en silencio con otra persona es una expresión profunda de fe y de confianza, y esto ocurre cuando nos sentimos en confianza. Es cuando no nos sentimos en confianza nos lanzamos a la plática. El poder estar en silencio con otra persona significa poder estar realmente con esa persona. No hay nada tan poderoso para crear confianza mutua entre dos personas que el silencio, que es sencillamente creativo. Nada revela lo in-auténtico tan dramáticamente como el silencio que no es creativo y que crea miedo.Estas son las palabras de San Pablo a los Efesios, y están llenas con el poder del silencio:“Por esta razón me arrodillo delante del Padre, de quien recibe nombre toda familia en el cielo y en la tierra. Le pido que por medio del Espíritu y con el poder que procede de sus gloriosas riquezas, los fortalezca a ustedes en lo íntimo de su ser para que por fe Cristo habite en sus corazones”. (Efesios 3: 14-16).Las palabras que usemos para poder comunicar el mensaje Cristiano en la experiencia Cristiana, deben estar cargadas de fuerza y de poder, pero solo pueden estar cargadas de fuerza y de poder si surgen del silencio del Espíritu de nuestro ser interno. Aprender a decir tu palabra sagrada, renunciar a otras palabras, ideas, imaginación y fantasías, es aprender a entrar a la presencia del Espíritu que vive en tu corazón interno, que habita en el amor. El Espíritu de Dios vive en nuestros corazones en silencio, y es en humildad y fe que debemos entrar a esta presencia del silencio. San Pablo termina este texto a los Efesios con estas palabras: “...que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para que sean llenos de la plenitud de Dios”.





Efectos del silencio.
a) En primer lugar, nuestra mente se aclara, se armoniza y se ahonda. Nuestra vida es una permanente "centrifugación" hacia nuestro exterior de todas nuestras impresiones, ideas, datos, en una constante mezcla entre sí. En el silencio permitimos que todo esto se pose y se estructure por sí mismo. En el silencio conseguimos que nuestra consciencia capte lo que existe en profundidad detrás de las capas más aparentes de nuestra mente, de nuestra afectividad y de toda nuestra sensibilidad.

b) En el silencio, por el hecho de ahondar el punto de la consciencia, aumenta la potencia de nuestra mente y de toda nuestra personalidad de un modo extraordinario. Gracias al silencio se desarrolla nuestra sensibilidad interna, es decir, que nos capacitamos para afinar nuestra percepción, percepción sutil. Esta percepción abarca, en las vías supraconcientes, todas las vías intuitivas. En las vías conscientes, el poder captar en profundidad el presente de la persona y sus situaciones. Y, a nivel subconsciente, nos vincula con toda la vida en cualquiera de sus formas y manifestaciones.

c) Percibimos, descubrimos, vivenciamos esta unidad profunda que hay detrás de toda la multiplicidad de formas y manifestaciones. Lo vivenciamos como experiencia y deja de ser una idea o creencia.

d) Gracias al silencio profundo viene la paz. La auténtica paz, la paz de la que surge luego toda actividad.

e) Nos conduce a la realización de la identidad propia que hay en cada uno de nosotros. Nos lleva a descubrir la persona que se encuentra detrás de todas las manifestaciones personales y a la persona que está detrás de todas la manifestaciones que atribuimos al exterior.

f) Gracias al silencio podemos acumular fuerzas físicas, afectivas, mentales y espirituales para la acción posterior.

g) Nos ponemos en sintonía con el poder creador único, y éste se expresa entonces en nosotros y a través de nosotros. Descubrimos que nosotros somos expresión de algo que está más allá de nosotros y que esta consciencia de realidad de lo que está más allá es algo siempre nuevo, siempre diferente, y no obstante, siempre idéntico.

Es decir, que el silencio es el campo más revolucionario de la vida. Así, nuestra vida, al abrirse al silencio y al vivir desde el silencio es, en sí misma, una creación constante. Ya no somos nosotros quienes quieren producir un resultado, somos la creación. Todos nuestros actos se convierten en una expresión de este proceso creativo. Ya no vivimos pendientes de juicios, de objetivos, vivimos descubriendo en cada momento esta profundidad inmensa del instante que, también en cada momento, se derrama, se vierte al exterior de un modo totalmente nuevo, imprevisto, creativo. Todos los actos de la vida se convierten en actos de una importancia total, porque dejamos de tener preferencia respecto a las cosas, respecto a los objetivos. Dejamos de comparar y de juzgar porque descubrimos que lo esencial es esta Realidad que se está expresando. Lo que da sentido a las cosas no son las cosas, ni las consecuencias de las cosas, sino la razón de ser, el por qué de las cosas. Y este por qué o razón de ser es esta presencia inmutable y eterna que está detrás de cada momento de manifestación. En ese instante, los actos más pequeños de nuestra vida, los más elementales, como las cosas más grandes, todo tiene la misma trascendencia, porque todo parte de la misma realidad eterna.
Vivir de esta manera implica vivir en una unidad constante con todo, porque todo es expresión en el instante de la misma fuerza que nos está animando a nosotros mismos. Lo que nosotros vivimos como "yo" y lo que vivimos como mundo son dos aspectos de la consciencia total. En lo sucesivo, cuando miramos, por ejemplo, a la naturaleza, no necesitamos catalogarla, ponerle nombres, diferenciarla o compararla, ni con otra naturaleza ni con nosotros mismos. La percepción, el sujeto y la cosa percibida forman una sola unidad, un campo único. Deja, pues, de existir esta distinción de sujeto-objeto presente en el mundo ordinario y todo se convierte en un inmenso campo de consciencia expresión constante de esta Realidad eterna.

Hacia el silencio. Requisitos.
Existen unos requisitos que son esenciales cumplir para poder ir hacia el silencio.
Mientras estemos teniendo interiormente problemas de deseos, de emociones, de conflictos, nos será muy difícil vivir en silencio, porque estos deseos, estos miedos, estas complicaciones que están reprimidas en nuestro interior, buscan constantemente una solución y huida. De esta forma, nuestra mente está siendo constantemente empujada a pensar, soñar imaginar. La gran dificultad que tenemos para poder estar en paz es la propia guerra que está en marcha en nuestro interior.
Por ello, para alcanzar el silencio, es necesario primero que solucionemos ese estado de guerra. Y esto sólo lo lograremos cuando aprendamos a vivir la actividad, la acción, la lucha y el esfuerzo. Tan sólo el vivir la vida de cada día mucho más consciente, intensa e inteligentemente, es lo que va permitiendo que vayamos liquidando todas estas cuentas pendientes que mantenemos con la vida en nuestro interior. Sólo después de esto viene la paz. De otro modo, la paz no la podemos buscar, porque toda paz que busquemos será un artificio, no es la verdadera paz. La paz no hay que buscarla, viene ella sola. La paz está siempre ahí, lo único que nos impide vivirla es precisamente todas las cargas que tenemos dentro de fuerzas, de problemas, de emociones.
Por lo tanto, el primer requisito para llegar a descubrir el silencio es que el silencio sea consecuencia de una acción total, de una acción consciente, en donde no huyamos de las cosas, en donde no estemos jugando al escondite con nosotros mismos ni con ningún aspecto de la vida, donde afrontemos las dificultades y movilicemos todos nuestros recursos mentales, afectivos, vitales, morales y de todo orden. Sólo una vida vivida en intensidad es la que luego va acompañada por la auténtica paz.
Gracias al esfuerzo de vivir de un modo intenso, consciente, la personalidad se organiza, se estructura y se fortalece. Nuestra mente adquiere la capacidad de controlar sus impulsos y coordinar todas las fuerzas internas en relación con el exterior.
Estamos en esta vida por una razón inteligente. Y la vida, tal como funciona, a pesar de todo, tiene un fin bueno, necesario, que es que aprendamos a distinguir lo que es superior de lo que es inferior, y aprendamos a hacer que en nosotros lo superior dirija a lo inferior. Y si esto no se hace se produce conflicto y dolor en la vida de las personas.
Para el trabajo de estructuración de la personalidad y actualización de los recursos que tenemos en nuestro interior es absolutamente necesario tener acceso a un nivel superior de silencio. También es imprescindible que estemos orientados, de un modo estable, hacia el descubrimiento de lo más importante, de la verdad.
En la práctica del silencio también es esencial que en todo momento mantengamos la autoconsciencia y que tengamos la máxima lucidez.

La práctica del silencio.
El silencio, el reposo de nuestro yo personal, nos debería acompañar, y lo podemos ejercitar, en la vida cotidiana y en todas las prácticas de trabajo interior.

El silencio consciente.

El silencio consciente nace cuando uno se da cuenta de su capacidad de influencia en el entorno a través del poder distorsionador de la palabra que brota de la ignorancia y de la falta de conocimiento de uno mismo. El silencio es el escenario imprescindible para que se produzca el encuentro con la claridad de percepción que conduce a lo real.La forma más elevada de silencio interior es la que surge de la consciencia. Únicamente de la consciencia y de su silencio podemos ver el ruido disonante de aquello que llamamos nuestro interior como del exterior. La consciencia y el silencio que le acompaña nos permiten obrar adecuadamente.Hay algo más allá de la mente que habita en el silencio del interior de la propia mente. Detrás de todas las variadas manifestaciones de la vida existe un poder único, una inteligencia única. Esta realidad está más allá de todos los diferentes modos y formas de la existencia, visibles e invisibles y se expresa a través y mediante ellas. Los seres humanos podemos abrirnos a este inmenso poder creador llevando nuestra consciencia más allá de nosotros mismos, yendo más allá de la limitación de la propia personalidad. Y esto ocurre cuando se es consciente y uno se abre al silencio. La consciencia y el silencio que de ella nace conecta con esta fuerza creadora y, de esta forma, el ser humano se convierte en un canal, en una expresión directa de esta acción creativa constante y eterna. Abrirnos por la consciencia al silencio es abrirnos al potencial total e incondicionado.La consciencia y su silencio transforman la vida. Al entrar en ellos se ve y se escucha la vida con una actitud silenciosa, acogedora, receptiva y benevolente. La mente entonces se aclara, se permite que surja la armonía y se aprecia con profundidad la totalidad de la vida. Parte del existir consiste en un volcar hacia el exterior impresiones, sentimientos y pensamientos, todo ello mezclado entre sí. En este silencio se permite que todo ello “se pose” y se estructure por sí mismo. En el silencio, la consciencia capta lo que existe en profundidad detrás de las capas más aparentes de la mente, de la afectividad y de toda la sensibilidad.En el silencio consciente la percepción se afina y aumenta la potencia de la mente y de toda la personalidad de un modo extraordinario. Gracias a él se desarrolla la sensibilidad, que llega hasta la percepción sutil. Esta percepción abarca todas las vías intuitivas, el poder captar en profundidad el propio presente en todas las situaciones y vincula a la persona con toda la vida, en cualquiera de sus formas y manifestaciones.Por el silencio consciente se percibe, se descubre y se vivencia la Unidad profunda que hay detrás de toda la multiplicidad de formas y manifestaciones. Se vive como una realidad, y deja de ser una idea o creencia más o menos romántica. Gracias al silencio profundo viene la paz, la auténtica paz, la paz de la que surge luego toda auténtica actividad, todo obrar adecuado. El silencio consiente conduce a la realización de la identidad propia que hay en cada alma. Lleva a descubrir a la persona que se encuentra detrás de todas las manifestaciones personales y a la persona que está detrás de todas las manifestaciones que atribuimos al exterior. También se puede reponer y acumular fuerzas físicas, afectivas, mentales y espirituales que permiten obrar adecuadamente. En él se sintoniza con el poder creador único y éste se expresa entonces en uno mismo y a través de uno. Descubrimos que somos la expresión de algo que está más allá de nosotros y que esta consciencia de lo que en realidad está más allá es algo siempre nuevo, siempre diferente, y no obstante, siempre idéntico.Al abrirse nuestra vida a la consciencia y a su silencio experimentamos una Creación constante, tanto que nos damos cuenta que somos la misma Creación. Ya no somos nosotros quienes deseamos producir un resultado, sino que somos la Creación. Todos nuestros actos, pensamientos y sentimientos, se convierten en una expresión de este proceso creativo. Con este conocimiento dejamos de vivir en un nivel superficial, pendientes de juicios y de deseos. Vamos descubriendo, a cada momento, la profundidad misma del instante. Todos los actos de la vida se convierten en actos de una importancia total. Dejamos de tener preferencia respecto a las cosas, respecto a los objetivos; dejamos de comparar y de juzgar porque descubrimos que lo esencial es esta Realidad que se está expresando. Lo que da sentido a las cosas no son las cosas, ni las consecuencias de las cosas, sino la razón de ser, el por qué de las cosas; y este por qué o razón de ser está empapado de la presencia inmutable y eterna que está detrás de cada momento de manifestación. En ese instante, los actos más pequeños de nuestra vida, los más elementales, como las cosas más grandes, todo tiene la misma trascendencia, porque todo parte de la misma realidad eterna.Vivir de esta manera implica vivir en una Unidad constante con todo, porque todo es expresión en el instante de la misma fuerza que nos está animando a nosotros mismos. Lo que nosotros vivimos como "yo" y lo que vivimos como mundo son dos aspectos de la consciencia total. En lo sucesivo, cuando miramos por ejemplo a la naturaleza no necesitamos catalogarla, ponerle nombres, diferenciarla o compararla, ni con otra naturaleza ni con nosotros mismos. La percepción, el sujeto y la cosa percibida forman una sola Unidad, un campo único. Deja, pues, de existir esta distinción de sujeto-objeto presente en el mundo ordinario y todo se convierte en un inmenso campo de consciencia expresión constante de esta Realidad eterna.